El Apoderado - Parte 3
No sé cómo el apoderado podía compartir en la mesa como si nada hubiera pasado. Su mujer y la mía también se comportaban con la mayor naturalidad del mundo. Sólo yo estaba más callado de lo habitual y el apoderado bromeaba diciendo que el carmenére se me había subido a la cabeza... y no estaba tan equivocado porque apenas nos sentamos a la mesa traté de aturdirme con alcohol. Después del postre el apoderado puso sobre la mesa una botella de whisky y no dudé en llenar mi vaso, a pesar de la mirada de sorpresa y reprobación de mi mujer. Desde ese momento los recuerdos se me hacen borrosos. En algún minuto el apoderado nos ofreció seguir bebiendo en el bar que estaba en la sala de juegos, pero las mujeres se restaron argumentando que ya era muy tarde. Me levanté para seguirlo y sólo entonces noté lo borracho que estaba. Al apoderado le hizo mucha gracia y me ofreció su hombro para ayudarme a bajar los escalones que nos llevaban al bar. Desde adolescente que no me llevaban en "calidad de bulto".
Apenas cruzamos la puerta, el apoderado se aprovechó de mi estado para darme un beso poniéndome contra la pared. Fue un beso rudo, apasionado, un beso de hombre, donde sentí la dulce caricia de su barba sobre mi rostro y su lengua en mis amígdalas. Soltó mis labios y me condujo al centro de la sala. Me dejó junto a la mesa de pool, donde pude afirmarme con ambas manos para disimular lo mareado que estaba. Fue a preparar otro trago mientras yo, sin soltar la mesa, me distraje admirando la hermosa vista de toda la bahía a través del ventanal. En eso estaba cuando sentí cómo el apoderado me abrazaba desde atrás, pasando sus brazos bajo los míos, posando sus manos sobre mi pecho y reclinando su cabeza sobre mi hombro.
-"me gusta tanto que estés aquí" me dijo, -"muchas veces me emborraché en esta sala, lamentando la mala suerte de no tener alguien como tú" agregó, -"pero ahora finalmente estás conmigo y eres mío."
Dicho esto, el apoderado comenzó a mover sus manos acariciando mi pecho, mientras sus labios se posaron en mi cuello. Me besaba suavemente, a ratos era apenas un roce, luego pasaba levemente la punta de su lengua, desplazándose de mi nuca al lóbulo de mi oreja, bajando a mi hombro... Con la misma delicadeza sus manos fueron alternando las caricias en mi pecho, bajando a mi vientre, subiendo a mi cuello... Su cuerpo pegado a mi espalda se movia también con suavidad y mas abajo, podía sentir la dureza de su erección presionando sutilmente mis glúteos. Yo estaba totalmente entregado en sus brazos y me dejaba querer, de verdad que era muy agradable la sensación de ser acariciado con tanto cariño por un hombre tan viril como el apoderado.
Sin dejar de moverse ni de besarme, comenzó a desabrochar mi camisa, botón a botón, sin apuro. Luego volví a sentir sus caricias, esta vez sin tela de por medio, sus dedos se paseaban entre mis vellos, se detenían a ratos a pellizcar mis tetillas, bajaban a explorar mi ombligo y volvían a enredarse en los pelos de mi pecho. Luego me quitó la camisa, también la suya y al volver a abrazarme, pude sentir en mi espalda su piel, su sudor, su calor... ahora me abrazaba con más fuerza, presionando su cuerpo contra el mío, las yemas de sus dedos hundiéndose en mi piel.
Yo no me soltaba de la mesa de pool, temía que el mareo volviera y se perdiera la pasión del momento. La mano derecha del apoderado se aventuró a bajar y al meterse en mi pantalón se entretuvo un rato con mi vello púbico y luego más abajo rodeó mi pene para acariciar y juguetear con mis testículos. Luego sentí que su lengua comenzó a bajar por mi espalda, recorriendo mi columna y deteniéndose para darme un beso en cada vértebra. Al llegar a la cadera, sus manos tomaron mi pantalón y boxers y los bajaron de un golpe hasta los tobillos. La brusquedad de ese movimiento me arrancó un gemido.
Sus besos continuaron bajando hasta que pude sentir su barba acariciando mi trasero. Sus manos separaron mis glúteos para que sus labios continuaran su recorrido hasta estampar el último beso justo en mi ano. Me estremecí cuando sentí la punta de su lengua lamer suavemente todo el perímetro de mi agujero. Se sentía tibia y húmeda. Comenzó lamiendo por los lados, sólo con la punta, con cuidado, tímidamente, como con temor... De a poco fue ganando confianza y sus lamidas se empezaron a sentir mas anchas y haciendo más presión. Luego de un rato ya estaba pasando su lengua en todo su ancho directamente por mi culo. Lo hacía con calma, en lamidas largas, pasaba su lengua seguida por su labio inferior. La sensación era increíble, pero lo que más me calentaba era la total entrega del apoderado para darme placer con su boca en una zona tan íntima.
Su lengua hacía cada vez más presión al pasar y mi ano reaccionaba con pequeñas e involuntarias contracciones. Sus manos, posadas una en cada glúteo, los apretaban y soltaban como amasándolos y tratando de separarlos para facilitar la labor realizada por su boca. El apoderado dejó de dar grandes lamidas para empezar a introducir su lengua en mi culo. Quise relajar mi esfínter para facilitar su entrada, pero fue innecesario, pues su lengua se abrió paso decididamente. Se sentía rico cómo entraba y salía... y más rico todavía cuando se quedaba dentro, moviéndose de arriba abajo o de un lado al otro.
No sé cuánto rato estuvo el apoderado lamiéndome el culo, bien podría haber seguido toda la noche, pero en algún momento se levantó y volvió a besar mi nuca. Al mismo tiempo, pude sentir su pene posarse justo donde segundos antes había estado su lengua. Se acomodó, me tomó por los hombros y, sin dejar de besarme el cuello, su verga comenzó a penetrar mi ano, lento, pero sin detenerse. Quizás fue el alcohol, la intensa lubricación con saliva, la dilatación provocada por el jugueteo de la lengua, la pericia del apoderado, mi calentura o todas las anteriores, pero no sentí ningún dolor. Miré hacia atrás buscando sus labios y encontré su lengua, la cual chupé con desesperación, agradeciéndole por el placer que me había dado allá abajo.
El apoderado comenzó a meter y sacar su verga de mi culo con movimientos verticales. Si no fuera porque yo seguía aferrado a la mesa me habría hecho saltar con cada arremetida. Me culeaba con energía, lanzando un gemido en mi oreja cada vez que entraba. Yo también jadeaba del gusto que sentía. Pocas veces me he dejado penetrar y nunca lo había disfrutado. Pero ahora, sentir al apoderado dentro mío me llenaba de un placer que era nuevo para mí. Su pene entraba y salía, sus manos me recorrían y acariciaban, su boca me besaba y lamía, su sudor y el mío se mezclaban. Todo mi cuerpo vibraba bajo la acción del apoderado.
Me incliné y recosté sobre la mesa de pool porque quería sentir más adentro las arremetidas de mi amante. Y lo conseguí, el apoderado me tomó por las caderas y siguió empujando con fuerza. Su verga llegó más profundo en mi recto haciéndome estremecer de gusto. Sus testículos y los míos se juntaban y se separaban, sus caderas aplaudían al chocar con las mías. Sus jadeos y los míos estaban sincronizados. Por unos instantes abrí los ojos y me divertí con la idea de que toda la bahía nos podía ver a través del ventanal.
El apoderado era imparable y, sin ser creyente, agradecí al cielo por su inagotable energía. Su pene entraba forzando mi ano, luego mi esfinter acusaba su salida para volver a sentirlo estimulando mi próstata y así sucesivamente en un ciclo de placer continuo.
Por primera vez en todo ese rato, una de mis manos soltó la mesa de pool y se dedicó a estimular mi verga, que a pesar de estar desatendida, estaba a punto de reventar. Bastaron sólo un par de sobadas para que una profusa eyaculación brotara de ella, lanzando mis chorros de semen al piso alfombrado. Los espasmos que acompañaron mi delicioso orgasmo motivaron al apoderado para acelerar sus movimientos y, con un profundo gemido que retumbó en la sala de juegos, descargó dentro de mí toda su leche.
No encuentro palabras para describir la sensación de sentir su semen inundar mi interior, fue como si por un segundo su verga se hinchara al doble de su tamaño y un intenso calor se propagara de golpe desde su punta hasta el último rincón de mis entrañas.
El apoderado no dejó de bombear mientras eyaculaba, pero sus embestidas fueron cada vez mas lentas, hasta que finalmente, sin sacar su verga de mi culo, se recostó sobre mi espalda, agotado, pero feliz.
Nos quedamos así un rato, en silencio, hasta que nuestra respiración se fue normalizando. Cuando el apoderado se incorporó y retiró su flácido pene de mi culo, pude sentir cómo su semen empezó a escurrir desde mi interior, chorreando por mis piernas. El apoderado se apuró en agacharse y con su lengua comenzó a lamer de abajo hacia arriba toda su leche que manaba como una fuente de mi ano. Se comió todo pues no se detuvo hasta que su lengua dejó mi culo limpio y feliz. Se incorporó y con desesperación busqué su boca para besarla y saborear su semen salido aún tibio de mi interior.
Me ayudó a vestirme y me llevó a un sofá cercano. Recuerdo que seguimos bebiendo, besándonos, acariciándonos hasta que finalmente se me "apagó la tele".
Continuará
-"me gusta tanto que estés aquí" me dijo, -"muchas veces me emborraché en esta sala, lamentando la mala suerte de no tener alguien como tú" agregó, -"pero ahora finalmente estás conmigo y eres mío."
Dicho esto, el apoderado comenzó a mover sus manos acariciando mi pecho, mientras sus labios se posaron en mi cuello. Me besaba suavemente, a ratos era apenas un roce, luego pasaba levemente la punta de su lengua, desplazándose de mi nuca al lóbulo de mi oreja, bajando a mi hombro... Con la misma delicadeza sus manos fueron alternando las caricias en mi pecho, bajando a mi vientre, subiendo a mi cuello... Su cuerpo pegado a mi espalda se movia también con suavidad y mas abajo, podía sentir la dureza de su erección presionando sutilmente mis glúteos. Yo estaba totalmente entregado en sus brazos y me dejaba querer, de verdad que era muy agradable la sensación de ser acariciado con tanto cariño por un hombre tan viril como el apoderado.
Sin dejar de moverse ni de besarme, comenzó a desabrochar mi camisa, botón a botón, sin apuro. Luego volví a sentir sus caricias, esta vez sin tela de por medio, sus dedos se paseaban entre mis vellos, se detenían a ratos a pellizcar mis tetillas, bajaban a explorar mi ombligo y volvían a enredarse en los pelos de mi pecho. Luego me quitó la camisa, también la suya y al volver a abrazarme, pude sentir en mi espalda su piel, su sudor, su calor... ahora me abrazaba con más fuerza, presionando su cuerpo contra el mío, las yemas de sus dedos hundiéndose en mi piel.
Yo no me soltaba de la mesa de pool, temía que el mareo volviera y se perdiera la pasión del momento. La mano derecha del apoderado se aventuró a bajar y al meterse en mi pantalón se entretuvo un rato con mi vello púbico y luego más abajo rodeó mi pene para acariciar y juguetear con mis testículos. Luego sentí que su lengua comenzó a bajar por mi espalda, recorriendo mi columna y deteniéndose para darme un beso en cada vértebra. Al llegar a la cadera, sus manos tomaron mi pantalón y boxers y los bajaron de un golpe hasta los tobillos. La brusquedad de ese movimiento me arrancó un gemido.
Sus besos continuaron bajando hasta que pude sentir su barba acariciando mi trasero. Sus manos separaron mis glúteos para que sus labios continuaran su recorrido hasta estampar el último beso justo en mi ano. Me estremecí cuando sentí la punta de su lengua lamer suavemente todo el perímetro de mi agujero. Se sentía tibia y húmeda. Comenzó lamiendo por los lados, sólo con la punta, con cuidado, tímidamente, como con temor... De a poco fue ganando confianza y sus lamidas se empezaron a sentir mas anchas y haciendo más presión. Luego de un rato ya estaba pasando su lengua en todo su ancho directamente por mi culo. Lo hacía con calma, en lamidas largas, pasaba su lengua seguida por su labio inferior. La sensación era increíble, pero lo que más me calentaba era la total entrega del apoderado para darme placer con su boca en una zona tan íntima.
Su lengua hacía cada vez más presión al pasar y mi ano reaccionaba con pequeñas e involuntarias contracciones. Sus manos, posadas una en cada glúteo, los apretaban y soltaban como amasándolos y tratando de separarlos para facilitar la labor realizada por su boca. El apoderado dejó de dar grandes lamidas para empezar a introducir su lengua en mi culo. Quise relajar mi esfínter para facilitar su entrada, pero fue innecesario, pues su lengua se abrió paso decididamente. Se sentía rico cómo entraba y salía... y más rico todavía cuando se quedaba dentro, moviéndose de arriba abajo o de un lado al otro.
No sé cuánto rato estuvo el apoderado lamiéndome el culo, bien podría haber seguido toda la noche, pero en algún momento se levantó y volvió a besar mi nuca. Al mismo tiempo, pude sentir su pene posarse justo donde segundos antes había estado su lengua. Se acomodó, me tomó por los hombros y, sin dejar de besarme el cuello, su verga comenzó a penetrar mi ano, lento, pero sin detenerse. Quizás fue el alcohol, la intensa lubricación con saliva, la dilatación provocada por el jugueteo de la lengua, la pericia del apoderado, mi calentura o todas las anteriores, pero no sentí ningún dolor. Miré hacia atrás buscando sus labios y encontré su lengua, la cual chupé con desesperación, agradeciéndole por el placer que me había dado allá abajo.
El apoderado comenzó a meter y sacar su verga de mi culo con movimientos verticales. Si no fuera porque yo seguía aferrado a la mesa me habría hecho saltar con cada arremetida. Me culeaba con energía, lanzando un gemido en mi oreja cada vez que entraba. Yo también jadeaba del gusto que sentía. Pocas veces me he dejado penetrar y nunca lo había disfrutado. Pero ahora, sentir al apoderado dentro mío me llenaba de un placer que era nuevo para mí. Su pene entraba y salía, sus manos me recorrían y acariciaban, su boca me besaba y lamía, su sudor y el mío se mezclaban. Todo mi cuerpo vibraba bajo la acción del apoderado.
Me incliné y recosté sobre la mesa de pool porque quería sentir más adentro las arremetidas de mi amante. Y lo conseguí, el apoderado me tomó por las caderas y siguió empujando con fuerza. Su verga llegó más profundo en mi recto haciéndome estremecer de gusto. Sus testículos y los míos se juntaban y se separaban, sus caderas aplaudían al chocar con las mías. Sus jadeos y los míos estaban sincronizados. Por unos instantes abrí los ojos y me divertí con la idea de que toda la bahía nos podía ver a través del ventanal.
El apoderado era imparable y, sin ser creyente, agradecí al cielo por su inagotable energía. Su pene entraba forzando mi ano, luego mi esfinter acusaba su salida para volver a sentirlo estimulando mi próstata y así sucesivamente en un ciclo de placer continuo.
Por primera vez en todo ese rato, una de mis manos soltó la mesa de pool y se dedicó a estimular mi verga, que a pesar de estar desatendida, estaba a punto de reventar. Bastaron sólo un par de sobadas para que una profusa eyaculación brotara de ella, lanzando mis chorros de semen al piso alfombrado. Los espasmos que acompañaron mi delicioso orgasmo motivaron al apoderado para acelerar sus movimientos y, con un profundo gemido que retumbó en la sala de juegos, descargó dentro de mí toda su leche.
No encuentro palabras para describir la sensación de sentir su semen inundar mi interior, fue como si por un segundo su verga se hinchara al doble de su tamaño y un intenso calor se propagara de golpe desde su punta hasta el último rincón de mis entrañas.
El apoderado no dejó de bombear mientras eyaculaba, pero sus embestidas fueron cada vez mas lentas, hasta que finalmente, sin sacar su verga de mi culo, se recostó sobre mi espalda, agotado, pero feliz.
Nos quedamos así un rato, en silencio, hasta que nuestra respiración se fue normalizando. Cuando el apoderado se incorporó y retiró su flácido pene de mi culo, pude sentir cómo su semen empezó a escurrir desde mi interior, chorreando por mis piernas. El apoderado se apuró en agacharse y con su lengua comenzó a lamer de abajo hacia arriba toda su leche que manaba como una fuente de mi ano. Se comió todo pues no se detuvo hasta que su lengua dejó mi culo limpio y feliz. Se incorporó y con desesperación busqué su boca para besarla y saborear su semen salido aún tibio de mi interior.
Me ayudó a vestirme y me llevó a un sofá cercano. Recuerdo que seguimos bebiendo, besándonos, acariciándonos hasta que finalmente se me "apagó la tele".
Continuará
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