lunes, 2 de diciembre de 2013

El apoderado - Parte 4 y final



Desperté sudando profusamente. Estaba recostado en el sofá de la sala de juegos, tapado con una manta. El sol ya estaba alto y una brisa tibia entraba por la ventana. Me incorporé y un terrible dolor de cabeza me obligó a sentarme nuevamente. Traté de recordar qué había pasado, pero más que imágenes, sólo recordaba sensaciones, todas placenteras, provocadas por el apoderado. Fui al baño, en el camino vi que mi mujer y los dueños de casa estaban almorzando en la terraza, pero no pasé a saludar, necesitaba urgente una ducha. Dejé que el agua apenas tibia escurriera por mi cuerpo y con los ojos cerrados repasé minuto a minuto lo que había sucedido después de la cena. Los recuerdos me provocaron una persistente erección. Masturbarme no fue una opción, fue obligación para que mi verga volviera a reposar y pudiera vestirme antes de bajar al almuerzo.



El apoderado celebró mi llegada con una broma tras otra, mofándose de mi poca tolerancia al alcohol. Nuestras mujeres reían de buena gana... yo me resigné y dejé que se burlaran de mí. El apoderado me sirvió un apetitoso plato de mariscos, diciendo con picardía que, aparte de ayudar a componer la caña, tenía poderes afrodisíacos. Mi mujer siguió el chiste diciendo que lamentablemente tendría que arreglármelas solo, porque esta noche las mujeres se iban al casino y a los hombres les tocaba cuidar a los bebés. Las tallas iban y venían y así entre risas de pronto me doy cuenta que todo este rato se habían estado tratando de "compadre" y "comadre". Pregunté el motivo y luego de las carcajadas, me dijeron que mientras yo dormía la mona, habían acordado bautizar a los niños: el apoderado y su mujer apadrinarían a nuestro hijo y nosotros al de ellos. Bueno... a menos que yo tuviera algún reparo. La idea me pareció genialmente perversa: con la venia de la iglesia, cada uno de nosotros íbamos a generar un lazo de por vida con nuestros respectivos amantes. Por supuesto que no me opuse.



Pasamos el resto del día en la playa, yo feliz fermentando al sol. Llegada la noche, y tal como lo habían dicho, las mujeres se fueron al casino (o tal vez a un motel, la verdad, ya me tenía sin cuidado lo que hicieran juntas, con tal que me dejaran a solas con el apoderado). Los hombres nos quedamos con los niños, los hicimos dormir en la misma pieza y les pusimos el monitor para estar atentos si alguno lloraba.



El apoderado me llevó de la mano a su dormitorio, era un recinto amplio, con una chimenea (lamentablemente apagada, aunque era verano y hacía calor, siempre había fantaseado con hacerlo junto a un confortable fuego) en un extremo y un pequeño jacuzzi funcionando en el otro, junto a un gran ventanal que nos regalaba una hermosa vista de la bahía.

Nos desvestimos con calma, alternando besos, caricias, frotes y lamidas. Una vez desnudos nos sumergimos en las tibias aguas del hidromasaje. La sensación del agua y las manos del apoderado sobre mi cuerpo fueron mucho más erotizantes de lo que me esperaba. Me senté a horcajadas sobre él de modo que nuestros penes pudieran frotarse con libertad, lo mismo que nuestras lenguas. Luego de un rato, se me ocurrió una idea loca, tomé aire y sumergí mi cabeza para mamar la verga del apoderado bajo el agua. No fue fácil, debí aprender a introducir su pene en mi boca con mis labios bien apretados para que no entrara nada de agua. También debí controlar mi respiración para no agitarme tanto que tuviera que interrumpir mi labor con demasiada frecuencia para tomar aire. Al principio al apoderado le hizo gracia mi "mamón de película porno", como lo nombró él. Pero luego fue sucumbiendo al nuevo placer de sentir en su pene el calor de mi boca alternarse con las burbujas del agua tibia. Cuando estimé que su verga ya estaba suficientemente excitada,  me senté nuevamente sobre el apoderado, pero esta vez fue mi ano el que quería encontrarse con su pene. Nunca había sido penetrado dos noches seguidas, pero ahora lo deseaba más que nunca. Fui introduciéndome su miembro en mi recto, el agua no era buen lubricante, pero esa noche podía romperme el culo, la verdad no me importaba nada. Qué rico era sentir la verga del apoderado llenándome el culo, sus manos amasando mis nalgas, los vellos de su vientre frotando mi pene. No pasó mucho rato en que la respiración de mi amante se aceleró, su pene pareció dilatar aún más mi ano y pude sentir cómo su leche se disparaba caliente dentro de mi recto. El apoderado cerró los ojos e inclinó su cabeza para atrás y yo aproveché de besar la sonrisa de placer que se dibujaba en sus labios.
Cuando sentí su pene flácido abandonar la zona entre mis glúteos, le pedí al apoderado que me regalara su culito una vez más. El se recostó en el borde del jacuzzi, dejando a la vista su hermoso trasero con su vellos escurriendo agua y espuma. Con mis manos separé su nalgas y con morbosa curiosidad miré los oscuros pliegues de su ano. Luego pasé la punta de mi lengua por cada uno de ellos, qué delicioso sabor el de mi amante! Seguí lamiendo con ansias, nunca me había entregado con tanta pasión al placer de dar un beso negro, otras veces el miedo me había detenido, pero ahora nada me importaba, sólo quería sentir una y otra vez la suave textura de esa delicada piel. Metí mi lengua lo más adentro que pude, venciendo la resistencia de su esfínter, lo cual hacía gemir al apoderado. Podría haber seguido toda la noche, pero estaba tan excitado que no me aguanté más las ganas de metérselo hasta el fondo, por lo que me incorporé y sin previo aviso penetré a mi hombre con desenfrenada violencia. El apoderado resistió cada uno de mis embates, lanzando un profundo quejido que sonaba en mis oídos como una súplica pidiendo más y más. El descontrol me jugó una mala pasada y la inminente sensación de estar a punto de eyacular llegó antes de lo previsto, pero preferí no contenerme y acabé dentro del apoderado si dejar de penetrarlo.
Seguimos un rato más en el agua, luego nos secamos y tendimos desnudos sobre la cama matrimonial.
-"que ganas de pasar toda la noche contigo" le dije, -"culiar hasta el amanecer..."
-"bueno, compadre, tal vez podamos organizar algo..." me respondió -"una salida de hombres, a pescar, por ejemplo.... además tengo una cabaña en la cordillera que necesita una ampliación" agregó guiñando un ojo.
-"¿tiene chimenea...?"


FIN

miércoles, 7 de agosto de 2013

El Apoderado - Parte 3

El Apoderado - Parte 3

No sé cómo el apoderado podía compartir en la mesa como si nada hubiera pasado. Su mujer y la mía también se comportaban con la mayor naturalidad del mundo. Sólo yo estaba más callado de lo habitual y el apoderado bromeaba diciendo que el carmenére se me había subido a la cabeza... y no estaba tan equivocado porque apenas nos sentamos a la mesa traté de aturdirme con alcohol. Después del postre el apoderado puso sobre la mesa una botella de whisky y no dudé en llenar mi vaso, a pesar de la mirada de sorpresa y reprobación de mi mujer. Desde ese momento los recuerdos se me hacen borrosos. En algún minuto el apoderado nos ofreció seguir bebiendo en el bar que estaba en la sala de juegos, pero las mujeres se restaron argumentando que ya era muy tarde. Me levanté para seguirlo y sólo entonces noté lo borracho que estaba. Al apoderado le hizo mucha gracia y me ofreció su hombro para ayudarme a bajar los escalones que nos llevaban al bar. Desde adolescente que no me llevaban en "calidad de bulto".

Apenas cruzamos la puerta, el apoderado se aprovechó de mi estado para darme un beso poniéndome contra la pared.  Fue un beso rudo, apasionado, un beso de hombre, donde sentí la dulce caricia de su barba sobre mi rostro y su lengua en mis amígdalas. Soltó mis labios y me condujo al centro de la sala. Me dejó junto a la mesa de pool, donde pude afirmarme con ambas manos para disimular lo mareado que estaba. Fue a preparar otro trago mientras yo, sin soltar la mesa, me distraje admirando la hermosa vista de toda la bahía a través del ventanal. En eso estaba cuando sentí cómo el apoderado me abrazaba desde atrás, pasando sus brazos bajo los míos, posando sus manos sobre mi pecho y reclinando su cabeza sobre mi hombro.
-"me gusta tanto que estés aquí" me dijo, -"muchas veces me emborraché en esta sala, lamentando la mala suerte de no tener alguien como tú" agregó, -"pero ahora finalmente estás conmigo y eres mío."
Dicho esto, el apoderado comenzó a mover sus manos acariciando mi pecho, mientras sus labios se posaron en mi cuello. Me besaba suavemente, a ratos era apenas un roce, luego pasaba levemente la punta de su lengua, desplazándose de mi nuca al lóbulo de mi oreja, bajando a mi hombro... Con la misma delicadeza sus manos fueron alternando las caricias en mi pecho, bajando a mi vientre, subiendo a mi cuello... Su cuerpo pegado a mi espalda se movia también con suavidad y mas abajo, podía sentir la dureza de su erección presionando sutilmente mis glúteos. Yo estaba totalmente entregado en sus brazos y me dejaba querer, de verdad que era muy agradable la sensación de ser acariciado con tanto cariño por un hombre tan viril como el apoderado.
Sin dejar de moverse ni de besarme, comenzó a desabrochar mi camisa, botón a botón, sin apuro. Luego volví a sentir sus caricias, esta vez sin tela de por medio, sus dedos se paseaban entre mis vellos, se detenían a ratos a pellizcar mis tetillas, bajaban a explorar mi ombligo y volvían a enredarse en los pelos de mi pecho. Luego me quitó la camisa, también la suya y al volver a abrazarme, pude sentir en mi espalda su piel, su sudor, su calor... ahora me abrazaba con más fuerza, presionando su cuerpo contra el mío, las yemas de sus dedos hundiéndose en mi piel. 
Yo no me soltaba de la mesa de pool, temía que el mareo volviera y se perdiera la pasión del momento. La mano derecha del apoderado se aventuró a bajar y al meterse en mi pantalón se entretuvo un rato con mi vello púbico y luego más abajo rodeó mi pene para acariciar y juguetear con mis testículos. Luego sentí que su lengua comenzó a bajar por mi espalda, recorriendo mi columna y deteniéndose para darme un beso en cada vértebra. Al llegar a la cadera, sus manos tomaron mi pantalón y boxers y los bajaron de un golpe hasta los tobillos. La brusquedad de ese movimiento me arrancó un gemido.
Sus besos continuaron bajando hasta que pude sentir su barba acariciando mi trasero. Sus manos separaron mis glúteos para que sus labios continuaran su recorrido hasta estampar el último beso justo en mi ano. Me estremecí cuando sentí la punta de su lengua lamer suavemente todo el perímetro de mi agujero. Se sentía tibia y húmeda. Comenzó lamiendo por los lados, sólo con la punta, con cuidado, tímidamente, como con temor... De a poco fue ganando confianza y sus lamidas se empezaron a sentir mas anchas y haciendo más presión. Luego de un rato ya estaba pasando su lengua en todo su ancho directamente por mi culo. Lo hacía con calma, en lamidas largas, pasaba su lengua seguida por su labio inferior. La sensación era increíble, pero lo que más me calentaba era la total entrega del apoderado para darme placer con su boca en una zona tan íntima.
Su lengua hacía cada vez más presión al pasar y mi ano reaccionaba con pequeñas e involuntarias contracciones. Sus manos, posadas una en cada glúteo, los apretaban y soltaban como amasándolos y tratando de separarlos para facilitar la labor realizada por su boca. El apoderado dejó de dar grandes lamidas para empezar a introducir su lengua en mi culo. Quise relajar mi esfínter para facilitar su entrada, pero fue innecesario, pues su lengua se abrió paso decididamente. Se sentía rico cómo entraba y salía... y más rico todavía cuando se quedaba dentro, moviéndose de arriba abajo o de un lado al otro.
No sé cuánto rato estuvo el apoderado lamiéndome el culo, bien podría haber seguido toda la noche, pero en algún momento se levantó y volvió a besar mi nuca. Al mismo tiempo, pude sentir su pene posarse justo donde segundos antes había estado su lengua. Se acomodó, me tomó por los hombros y, sin dejar de besarme el cuello, su verga comenzó a penetrar mi ano, lento, pero sin detenerse. Quizás fue el alcohol, la intensa lubricación con saliva, la dilatación provocada por el jugueteo de la lengua, la pericia del apoderado, mi calentura o todas las anteriores, pero no sentí ningún dolor. Miré hacia atrás buscando sus labios y encontré su lengua, la cual chupé con desesperación, agradeciéndole por el placer que me había dado allá abajo.
El apoderado comenzó a meter y sacar su verga de mi culo con movimientos verticales. Si no fuera porque yo seguía aferrado a la mesa me habría hecho saltar con cada arremetida. Me culeaba con energía, lanzando un gemido en mi oreja cada vez que entraba. Yo también jadeaba del gusto que sentía. Pocas veces me he dejado penetrar y nunca lo había disfrutado. Pero ahora, sentir al apoderado dentro mío me llenaba de un placer que era nuevo para mí. Su pene entraba y salía, sus manos me recorrían y acariciaban, su boca me besaba y lamía, su sudor y el mío se mezclaban. Todo mi cuerpo vibraba bajo la acción del apoderado.
Me incliné y recosté sobre la mesa de pool porque quería sentir más adentro las arremetidas de mi amante. Y lo conseguí, el apoderado me tomó por las caderas y siguió empujando con fuerza. Su verga llegó más profundo en mi recto haciéndome estremecer de gusto. Sus testículos y los míos se juntaban y se separaban, sus caderas aplaudían al chocar con las mías. Sus jadeos y los míos estaban sincronizados. Por unos instantes abrí los ojos y me divertí con la idea de que toda la bahía nos podía ver a través del ventanal.
El apoderado era imparable y, sin ser creyente, agradecí al cielo por su inagotable energía. Su pene entraba forzando mi ano, luego mi esfinter acusaba su salida para volver a sentirlo estimulando mi próstata y así sucesivamente en un ciclo de placer continuo.
Por primera vez en todo ese rato, una de mis manos soltó la mesa de pool y se dedicó a estimular mi verga, que a pesar de estar desatendida, estaba a punto de reventar. Bastaron sólo un par de sobadas para que una profusa eyaculación brotara de ella, lanzando mis chorros de semen al piso alfombrado. Los espasmos que acompañaron mi delicioso orgasmo motivaron al apoderado para acelerar sus movimientos y, con  un profundo gemido que retumbó en la sala de juegos, descargó dentro de mí toda su leche.
No encuentro palabras para describir la sensación de sentir su semen inundar mi interior, fue como si por un segundo su verga se hinchara al doble de su tamaño y un intenso calor se propagara de golpe desde su punta hasta el último rincón de mis entrañas.
El apoderado no dejó de bombear mientras eyaculaba, pero sus embestidas fueron cada vez mas lentas, hasta que finalmente, sin sacar su verga de mi culo, se recostó sobre mi espalda, agotado, pero feliz.
Nos quedamos así un rato, en silencio, hasta que nuestra respiración se fue normalizando. Cuando el apoderado se incorporó y retiró su flácido pene de mi culo, pude sentir cómo su semen empezó a escurrir desde mi interior, chorreando por mis piernas. El apoderado se apuró en agacharse y con su lengua comenzó a lamer de abajo hacia arriba toda su leche que manaba como una fuente de mi ano. Se comió todo pues no se detuvo hasta que su lengua dejó mi culo limpio y feliz. Se incorporó y con desesperación busqué su boca para besarla y saborear su semen salido aún tibio de mi interior.
Me ayudó a vestirme y me llevó a un sofá cercano. Recuerdo que seguimos bebiendo, besándonos, acariciándonos hasta que finalmente se me "apagó la tele".


Continuará

viernes, 14 de junio de 2013

El Apoderado, Parte 2


Me sorprendió lo bien que tomó mi mujer la invitación que nos hizo el apoderado. No terminaba de contarle y ya estaba llamando a la esposa de él para ponerse de acuerdo en la comida, la ropa, qué llevar, etc..... cosas de mujeres. Ni siquiera me preguntó desde cuándo que yo era tan amigo de él como para que nos invitara a su cabaña, ni yo le pregunté a ella desde cuándo que tenía a la mujer del apoderado entre los contactos de su teléfono.

Llegó el viernes y después de almorzar nos fuimos a la playa. Nos recibió la mujer del apoderado como si fuéramos amigos de toda la vida y nos indicó dónde instalarnos. Su marido llegaría más tarde, así que me dediqué a recorrer, medir y fotografiar la cabaña, después de todo, se supone que iba por trabajo. La "cabaña" era bastante extensa, más grande incluso que la casa que tenían en la ciudad. Emplazada en la pendiente del cerro, se amoldaba perfectamente a su forma estructurándose en varios desniveles. Recorrerla por el exterior era un paseo por el bosque pues los árboles de la vegetación nativa se confundían a ratos con los postes sobre la cual estaba fundada. Al oscurecer las mujeres fueron a hacer dormir a los niños y yo fingí leer un libro en la terraza, cuando en realidad estaba atento a cada vehículo que se acercaba con la esperanza que fuera el apoderado.

Un susurro llamó mi atención. Era el apoderado que, oculto entre los arbustos, me hacía señas para que bajara. Muy intrigado fui al bosque y antes de llegar con un gesto me indicó que lo siguiera en silencio. Caminamos sigilosamente entre la vegetación y la cabaña. Junto a un árbol el apoderado me indicó que trepara. Me sorprendió su indicación, pero obedecí curioso. No fue necesario ganar tanta altura para que una ventana de la cabaña quedara en mi campo de visión.

La imagen de lo que sucedía en el interior me dejó helado.
-"lamento que te enteres así, pero de otra forma no me habrías creído" susurró el apoderado mientras mi cerebro explotaba tratando de procesar la imagen de su mujer haciéndole un enérgico cunilingüis a la mía.
-"lo de mi mujer lo descubrí hace un par de meses y por lo que veo, tu no sabías lo de la tuya" agregó en voz baja.
Yo estaba como piedra, no era capaz de articular palabra. Lo que estaba viendo producía una hecatombe en mi cabeza. Miles de preguntas, reproches, dudas.... sentimientos de pena, rabia, alivio... estaba tan fuera de mí, que ni siquiera me dí cuenta en qué momento el apoderado me había bajado el pantalón. Con una mano acariciaba mis testículos por sobre la ropa interior, con la otra se sujetaba de una rama del árbol. A pesar de lo perturbado que estaba, mi verga reaccionó a sus masajes y comenzó a ganar tamaño, dureza y temperatura. El apoderado no se contuvo ante la potente erección y con su mano por un lado y sus dientes por el otro, bajó mis boxers lo suficiente para que mi pene quedara expuesto a la brisa marina. 
Con su mano libre me lo agarró con firmeza y desplazó suavemente el prepucio hacia atrás para descubrir el glande en su totalidad, luego pasó su lengua por sus labios para humedecerlos y con ellos cerrados me dio un beso en la punta del pico, para luego ir poco a poco introduciéndolo en su boca, haciendo presión con sus labios en el contorno del tronco a medida que lo iba recorriendo.

No sé si sería por lo bizarro de la situación o por la habilidad del apoderado, pero las sensaciones del roce de su lengua junto al calor y humedad de su boca eran mucho más placenteras de lo que podía recordar. Normalmente hubiera cerrado los ojos y me hubiera entregado al placer, pero me resultaba imposible despegar mi vista de esa ventana. Creo que nunca había visto a mi mujer gozar tanto recibiendo sexo oral, pero no sentí envidia, porque yo también estaba recibiendo la mejor felación de mi vida. El apoderado realmente se esmeraba en estimular cada centímetro de mi verga. Con sus labios bien cerrados y provocando un vacío, movía su cabeza de glande a pubis al tiempo que con movimientos circulares su lengua recorría todo el perímetro del tronco de mi pene. Con el vacío, mi verga se puso tan sensible que juro que con mi prepucio sentía cada papila de su lengua, incluso con mi glande podía sentir el roce con la textura de sus amígdalas.

El apoderado era incansable en sus arremetidas, introduciéndose completo mi pene en su boca una y otra vez. Yo no había dejado de mirar a nuestras mujeres y cuando noté en la mía  la inequívoca señal de estar al punto del clímax, algo debió reaccionar en mi cuerpo y el apoderado se dio cuenta, porque de inmediato aceleró sus movimientos, provocándome al instante un colosal orgasmo al mismo tiempo que mi mujer se retorcía sobre la cama disfrutando del suyo.
-"Primera vez que acabamos juntos", pensé mientras sentía cómo, espasmo tras espasmo, abundante semen me salía a borbotones para caer en la hambrienta boca del apoderado. Se lo comió todo, estrujando incluso mi verga para que hasta la última gota no se le escapara. Siguió chupando y chupando con dedicación hasta que mi pene terminó completamente flácido entre sus labios. Sólo entonces me dí cuenta lo cansados que tenía los brazos, después de todo, llevaba largo rato literalmente colgando de un árbol. El apoderado tuvo la delicadeza de subirme la ropa interior y el pantalón y me ayudó a bajar. Me dio un breve pero intenso beso, donde pude saborear restos de mi semen.

-"vamos, ya es hora de cenar" dijo, "estuvo rico el aperitivo" y guiñando un ojo agregó -"estoy ansioso por probar el postre."



Continuará