lunes, 28 de mayo de 2012

En la Clínica, Parte 3


Tercera parte

Sentía el culo lleno de gel y tratando de caminar lo más normal posible llegué al pasillo indicado por el doctor. Seguí más allá del letrero que decía NO PASAR y a medio camino encontré las benditas duchas. Estaban a medio remodelar, tal vez el contratista quebró y dejó la pega botada, pero las usaban igual. Los vestidores eran cubículos pero no todos tenían puerta. En un mueble había toallas, tomé una y me dirigí a un cubículo cerrado. Mientras me desvestía pensaba en lo contradictorio de mis sentimientos: lo había pasado bien, pero igual me sentía mal. Prácticamente fui violado, pero hasta cierto punto me había gustado…

Sentía el culo delicado, busqué la pomada que me dio el doctor y en el bolsillo de mi pantalón encontré amuñadas las toallas de papel con las que sequé el semen del joven de la ecografía. Las abrí con cuidado, estaban húmedas y en el centro se había concentrado la leche de ese muchacho. Cerré los ojos y el dulce olor de ese semen me transportó de regreso a la sala 3 donde las imágenes del orgasmo del joven aparecieron vívidas en mi mente. Acerqué mi nariz para oler mejor y, sin pensarlo, saqué mi lengua y empecé a lamer delicadamente la esencia de ese machito. Sentir ese sabor concentrado y el morbo de lo que estaba haciendo provocaron que mi verga se hinchara rápidamente en una erección instantánea. Imaginé que lamía esa leche directamente del cuerpo del muchacho, recorriéndolo por completo con mi lengua…. seguí un rato disfrutando hasta que me lo comí casi todo.

Cuando volví a la realidad, arrojé el papel al piso, me puse la toalla a la cintura y quise ir a las duchas. La toalla no disimulaba mi erección, así que me asomé fuera del cubículo, verifiqué que no había nadie y salí. En las duchas no había separaciones, era un solo recinto amplio con llaves en tres paredes. No había dónde colgar las toallas, así que la dejé junto a la puerta y me dirigí a las duchas del fondo. Apenas abrí la llave les escuché en los vestidores: voces de hombres hablaban animadamente. Quise ducharme rápido para salir antes que llegaran a las duchas y me vieran con mi tremenda erección, pero pronto los escuché saludarme al entrar. Yo me puse de espaldas a la puerta, tratando de pasar inadvertido, sólo giré la cabeza para responder el saludo. Eran cuatro hombres jóvenes, de entre 25 y treinta años, tal vez enfermeros. Dos llevaban la toalla a la cintura, otro la tenía sobre su hombro y el cuarto simplemente en la mano. Dejaron sus toallas junto a la mía y se repartieron en las duchas, dos a cada lado. Uno era más bien bajo, rellenito, bien peludo, moreno, de barba corta y prematuramente pelado, su pene de tamaño promedio se destacaba blanco y grueso entre su oscuro vello púbico, su poto era redondito y firme. Junto a él un tipo alto, demasiado flaco para mi gusto, su pene era también delgado y de buen largo, moreno y lampiño, no tenía poto. Al otro lado la cosa mejoraba, un morenazo más o menos de mi porte, de cuerpo bien tonificado, firme, trabajado en gimnasio pero sin exagerar, de escaso pero suficiente vello corporal, pelo corto y muy atractivo de rostro. Su pene oscuro se coronaba por vello púbico visiblemente recortado, sus huevos también oscuros colgaban con gracia, relajados. A su lado, el único rubio del grupo, de escaso pelo liso, no muy alto, medianamente velludo, buen cuerpo, brazos musculosos, espalda ancha y poto cuadradito, piernas firmes, tenía el pene más largo del grupo. Conversaban animadamente, fanfarroneando sobre mujeres que habían conocido, tirando tallas, muy relajados. Por el contrario, yo y mi erección estábamos en silencio tratando de pasar desapercibidos. El rubio fue el primero en salir, luego el morenazo. Aprovechando que había un lado despejado, me fui sigilosamente a tomar mi toalla, cubrí mi verga empalmada y disimuladamente me fui a encerrar a mi vestidor. Desde los otros cubículos, los enfermeros seguían su animada conversación. Traté de relajarme y pensar en cualquier cosa para que bajara mi erección, me senté, cerré los ojos y me concentré en Juan Carlos y su accidente.

No sé cuánto rato dormí, tal vez sólo minutos, pero los vestidores estaban en silencio cuando desperté. Me sequé y vestí rápidamente. Fui a dejar la toalla al cajón de ropa sucia y al pasar junto a las duchas los escuché. Me asomé con cuidado y los vi: en el fondo estaban el morenazo y el gordito pelado. Estaban desnudos, abrazados, besándose arrebatadamente. Miré a mi alrededor, me asomé al pasillo, no había nadie más. Pensé que debería irme, pero las ganas de mirar fueron más fuertes y me devolví. Con cuidado y en silencio me asomé nuevamente a las duchas, no quería interrumpir.
Los enfermeros seguían con sus cuerpos entrelazados en un abrazo y beso apasionados. El morenazo soltó los labios del gordito y empezó a besar su cuello al tiempo que sus manos le recorrían la espalda, el gordito dejó caer su cabeza hacia atrás disfrutando y respondiendo las caricias. El morenazo subía lamiendo el cuello, llegando a la oreja, mordía el lóbulo y volvía a bajar, recorriendo con su lengua la piel de su macho. Repitió esta acción varias veces, luego bajó un poco y si dejar de lamer, se concentró en los pezones del gordito, besando, mordiendo, acariciando. En esta posición sus cuerpos se separaron lo suficiente como para poder ver sus vergas empalmadas. La herramienta del moreno se erguía perpendicular a su cuerpo, de unos 18cm, su prepucio se había recogido dejando a la vista un glande rojo oscuro, duro y brillante. La del gordito era notoriamente más gruesa, un poco más corta y tenía una pronunciada curva hacia su izquierda y hacia arriba. A pesar de la erección, el prepucio se abultaba justo detrás de la corona de su glande.
El morenazo dejó de lamer el pecho del gordito y siguió bajando por su curvado vientre, hundiendo su nariz entre esos vellos corporales y concentrándose luego en su ombligo. Con una rodilla en el piso, sus manos ya estaba a la altura de las nalgas de su amante, las cuales apretaba y sobaba con frenesí. El gordito no dejaba de jadear de placer, su verga rozaba el pecho y cuello del morenazo, sus manos le acariciaban los hombros y espalda.  Finalmente el morenazo bajó un poco más y se enfrentó a la enorme tranca del gordito. Se detuvo, la miró con lujuria, se humedeció los labios, abrió su boca y con delicadeza envolvió ese glande con sus labios carnosos. Fue un beso hermoso. Sacó su lengua y apenas rozando con la punta comenzó a lamer todo el largo de esa verga desde su base hasta la cabeza. Repitió esta operación una y otra vez hasta que hubo humedecido todo el perímetro de ese falo. Luego abrió su boca y con decisión se fue tragando ese miembro lentamente. No pensé que fuera capaz, pero lo hizo a la primera, no se detuvo hasta que sus labios besaron el pubis. Con la misma lentitud fue retirando su cabeza, dejando a la vista el tronco que se había tragado. Volvió a la carga una y otra vez, metiendo y sacando esa verga de su boca, a veces completa, otras sólo hasta la mitad, mientras sus manos acariciaban, una por delante la barriga y la otra por detrás las redondas nalgas del gordito.
De pronto el morenazo se levantó y se puso contra la pared, ofreciendo su espalda. Abrió las piernas para amoldarse a la estatura más baja del gordito y éste le tomó por las caderas, le abrió las nalgas, apuntó su verga al ano del morenazo y comenzó a penetrarlo de a poco, retirando y metiendo en cada embestida un poco más. El morenazo se quejaba de placer y susurraba “más… más..” El gordito pasó sus brazos bajo los de los de su amante, le tomó por los hombros e inició un acompasado mete y saca, embistiendo con fuerza, retirando con suavidad. A cada movimiento, el cuerpo del morenazo chocaba contra los azulejos haciendo el ruido de una cachetada, ¿o sería el chocar de los cuerpos entre sí?
Luego de un rato que me pareció muy corto, el gordito se tendió de espaldas en el piso y el morenazo se sentó sobre su verga, dándole la espalda a su amante, de manera que sus glúteos chocaban contra la barriga del gordito. Comenzó a subir y bajar y pareciera que el rebote en la panza del gordito le ayudaba a hacerlo más fácilmente. Sus quejidos de placer sonaban en forma alternada, haciendo eco en el amplio recinto. En esa posición duraron bastante tiempo, evidentemente era más cómodo para el gordito. Luego el morenazo se giró y siguió subiendo y bajando sobre la verga de su amante, pero ahora mirándole a los ojos y bajando de vez en cuando a darle un apasionado beso en los labios.
Los quejidos de placer delataron el orgasmo del gordito, el morenazo aceleró sus movimientos de cadera para hacerle gozar aún más. Luego se levantó un poco liberando la verga y dejando que escurriera el semen fuera de su culo, fue entonces cuando reparé que no usaban condón. Con el gordito aún de espaldas, el morenazo le levantó las piernas y con el mismo semen que había salido de su culo empezó a lubricar el ano del gordito, luego acomodó las piernas de su amante sobre sus hombros y de un viaje le introdujo su oscuro pene hasta el fondo. El gordito lanzó un largo gemido, pero el morenazo siguió implacable con una vigorosa penetración. Sus arremetidas eran tan fuertes que se empezaron a desplazar por el piso hasta llegar a la pared, donde el gordito apoyó sus manos para no darse cabezazos. En esa posición el cuerpo del morenazo lucía toda su belleza, sus brazos soportaban gran parte del peso de su cuerpo mostrando musculosos biceps, su torso de perfil se notaba firme y trabajado, sus glúteos redondos se apretaban en cada embestida, sus piernas estiradas completaban el cuadro. Se mantuvieron así largos minutos, hasta que el morenazo sacó su verga del culo,  se sentó sobre el pecho del gordito y se la metió de inmediato en la boca. Sentí un poco de asco y mucho morbo, el gordito chupaba con desesperación, logrando que el morenazo alcanzara un estrepitoso orgasmo. Creo que el gordito se tragó toda la leche del morenazo pues chupó hasta que el pene de su amante volvió a su estado de flacidez. El morenazo ayudó al gordito a ponerse de pié, se abrazaron, se besaron, pareció decirle algo al oído y al instante se voltearon hacia mí y dijeron juntos “¿qué tal estuvo?
Yo me espanté: ¡ellos sabían que yo estaba mirando!

Me giré y fui corriendo hasta los ascensores, otra vez usando mi polerón para ocultar mi erección. Ya era mediodía y debía volver a saber noticias sobre Juan Carlos.

Continuará…