lunes, 23 de enero de 2012

En la Clínica, Parte 1


Este es mi primer relato, espero les guste.

La llamada poco antes de las 5 de la mañana me dejó helado: Juan Carlos, mi mejor amigo, estaba en la clínica luego de sufrir un accidente automovilístico. Mientras me vestía recordaba pasajes de nuestra infancia juntos: paseos en bicicleta, cumpleaños, excursiones por los cerros… recordé la cueva que encontramos y que fue nuestro refugio secreto donde fumamos nuestros primeros cigarros… y donde nos corrimos nuestras primeras pajas…

En el taxi camino a la clínica sentía el corazón apretado, una angustia similar a la que sentí por largos meses tras decirle que le amaba y que él respondiera que me quería como a un hermano. Fue sólo estando borracho que tuve el valor de besarle en los labios y confesarle mi amor, y a pesar del alcohol, él me apartó tiernamente diciendo “no te enamores de mí”

Entrando a urgencias vi a Claudia, su mujer. Corrió a mí y me abrazó. Con los años aprendí a tenerle cariño, pues era la persona que él amaba, pero por mucho tiempo sólo pude sentir desprecio por ella. Recuerdo cuando Juan Carlos me dijo: “necesito que la quieras, porque será mi mujer y tú mi padrino”. No pude negarme y meses después parado junto a ellos en el altar, juré en silencio hacerlo feliz ocultando mis sentimientos.

En la sala de espera el café de máquina se enfrió en mis manos, hace rato que había amanecido y no había novedades en el estado de Juan Carlos. Me levanté y empecé a vagar sin rumbo por la clínica. Perdido en mis recuerdos, de pronto me encontré en un recinto que no parecía ser público, en las paredes había casilleros con fichas médicas, batas blancas colgaban en otro mueble, puertas numeradas daban a este vestíbulo. Sin duda, yo no debería estar ahí. Me devolví por donde había llegado y salí junto a la sala de espera de los servicios de Imagenología. Me senté en un sofá y perdí mi vista en la cordillera que se veía tras del ventanal.

Aún era temprano y había poca gente. Una voz chillona me distrajo, era una mujer que hablaba exageradamente fuerte por su teléfono móvil. No podía evitar oír su conversación y estaba a punto de levantarme para alejarme de ella cuando le escucho decir …tu hermano se va a hacer una ecografía testicular…”. Giré mi cabeza y junto a ella vi a un joven que se mostraba visiblemente incómodo con la infidencia que acababa de cometer su madre. Era un muchacho atractivo, con pinta de universitario, de tez blanca y pelo rubio ondulado, alto y delgado. Su rostro de nariz y mandíbulas marcadas estaba poblado por una barba rubia de un par de días. A pesar de su tamaño y facciones, parecía ser un chico retraído y tímido. En ese instante, todos mis pensamientos se concentraron en ese joven y sus testículos: “¿Qué le pasará en sus coquitos? ¿Quiere que le haga nanai?” …“Debí haber sido doctor”, me dije, “tendría acceso a ver y examinar a este machito”. Traté de imaginarlo desnudo, con pelitos rubios coronando su pubis….

En eso el altavoz sonó fuerte: “Sr. Bunster, pase a sala 3″…. Sala 3 …recordé que al vestíbulo donde había estado recién daban varias puertas numeradas, incluida la número 3. El joven se levantó y una idea loca se me vino a la cabeza… no había tiempo para pensarlo dos veces, sólo actué. Me dirigí al vestíbulo, una enfermera iba cruzando las puertas que en grandes letras rojas decían SÓLO PERSONAL AUTORIZADO, no sé cómo no las vi antes. Esperé unos segundos y abrí la puerta, no había nadie. Me paré junto a la puerta 3 y escuché a la enfermera diciendo “el doctor Mora viene enseguida”. Me escondí en la entrada de la sala 4 y cuando la enfermera se fue, fui al casillero 3 y tomé la ficha médica. “Noel Bunster, 19 años” leí, “se ve mayor”, pensé. Salí al pasillo y esperé unos minutos, en eso se acerca un hombre moreno, en su bata una piocha con su nombre: Dr. Rodrigo Mora. “Doctor”, le dije, “mi hermano Noel tuvo que ir al baño urgente, ¿lo puede esperar unos 10 minutos?” El doctor miró algo molesto a la sala de espera y dijo “hay poca gente, que sean 20 minutos y así me tomo un café” y sin esperar respuesta, se giró y se fue. ¡Yo no podía creer que mi improvisado plan estuviera funcionando tan bien! Volví al vestíbulo, tomé una de las batas blancas y me la puse. Respiré profundo para armarme de valor y me metí a la sala 3.

En la penumbra distinguí al joven tendido sobre la camilla, los pantalones bajados hasta la rodilla y una toalla blanca cubriendo sus partes pudendas. Entré en silencio y antes que me viera encendí una lámpara de examen y la dirigí a su rostro y cuerpo, esperaba que se encandilara y no pudiera verme bien. “El Dr. Mora viene enseguida”, le dije, “yo debo hacerle un examen de rutina”. Antes que dijera algo, le retiré la toalla y dejé al descubierto toda su virilidad. La imagen me sobrecogió. Era el pene más largo que había visto en estado de reposo, circuncidado, de color rosado pálido, igual que su escroto, todo rodeado por un vello púbico dorado, tal como lo había imaginado. Sus muslos firmes sugerían la práctica de algún deporte, su vientre tonificado lo confirmaba.

-“Con su mano izquierda tome su pene y sosténgalo hacia un lado” dije autoritario. El joven obedeció en silencio. -“Debo hacerle unas preguntas que debe responder con total sinceridad.” agregué y él asintió con la cabeza.
-“¿Cómo es su desempeño sexual?”
 El joven pareció sorprendido y luego respondió con otra pregunta: -“¿Normal?”
 -“¿Cuándo fue su última actividad sexual?”
 -“ehhhh…. no sé…. hace tiempo… no… no me acuerdo bien… hace tiempo….”
 -“¿A qué edad inició su vida sexual?”
 -“….ehhh… yo… este…. lo que pasa… es que… yo… yo no he tenido novia… todavía…. no… no he tenido relaciones…”
El joven estaba visiblemente sonrojado cuando hizo esta confesión. Yo no podía creer que estuviera frente a un hombre virgen. Sin duda era un chico tímido de una familia muy conservadora, tal como lo fui yo….. me sentí identificado, pero seguí implacable con mi interrogatorio.
-“Le recuerdo que debe responder con sinceridad. ¿Ha sentido excitación sexual por personas de su mismo sexo?”
 -“No”, respondió con seguridad.
-“Qué pena”, pensé yo.-“¿Con qué frecuencia se masturba?”
El joven miró serio y elevando el tono de su voz dijo: -“¿Qué clase de preguntas son éstas?”
Yo mantuve la calma y respondí tajante: -“Sr. Bunster, sus testículos están siendo evaluados, y una forma de hacerlo es recopilando información acerca de sus hábitos eyaculatorios, después de todo, lo que sus testículos producen es semen, ¿no? Si prefiere, puedo llamar a la enfermera para que ella continúe con el cuestionario.”
El chico tímido apareció de nuevo y bajando la vista dijo -“no, está bien, siga por favor, disculpe…”
 -“Bien, ¿con qué frecuencia se masturba?”repetí.
-“eh…. bueno…. harto, osea… frecuee…. habitualmente…”
 -“¿A diario?”
 -“ehh… si..”
 -“¿Más de una vez al día?”
 -“ehh… si, casi siempre…. dos veces en la noche y una en la mañana…”
 -“¿Cuánto tiempo se masturba antes de eyacular?”
 -“ehh… bueno, la de la mañana la hago corta, pero en las de la noche me tomo mi tiempo, varios minutos… fácil media hora.”
 -“Recurre a fantasías sexuales para lograr la excitación y posterior eyaculación?”
 -“Si, todo el tiempo. Casi siempre me imagino teniendo sexo en lugares públicos: en el cine, en alguna plaza, en un auto….”
Mis preguntas y su última confesión estaban dando el resultado que yo buscaba, su pene estaba ganando volúmen, se venía una erección monumental.
-“¿Se ha masturbado en lugares públicos?”
 -“Si, en baños, en probadores de multitienda, en la piscina, en el transporte público… incluso una vez caminando por la calle…”
Mientras confesaba esto, en forma inconsciente, el joven había empezado a masajear levemente su pene, el cual pasaba de rosado pálido a oscuro a medida que ganaba en tamaño.
-“¿El volumen de su eyaculación es abundante?”
 -“Creo que sí…”
 -“Necesito medir el volumen de su eyaculación, necesito que se masturbe, aquí y ahora.” dije autoritario.
El joven se mostró nuevamente sorprendido, miró su pene y notó que estaba semi erecto, luego me miró visiblemente sonrojado y dubitativo. Antes que dijera algo, lo amenacé nuevamente con llamar a la enfermera.
El joven tragó saliva, tomó su pene con la mano derecha y comenzó tímidamente a frotarlo con un rítmico sube y baja. Su verga se fue poniendo cada vez más dura y oscura y cuando la erección fue total su color era de un rojo violáceo, muy lejos del tierno rosado original. Su grosor y tamaño también era mayor y alcanzaba fácil los 19cm, con una suave curva hacia arriba y hacia la derecha, las venas marcadas y gruesas parecían estar esculpidas en esa roca.
Poco a poco la timidez fue  desapareciendo y la respiración del joven se empezó a agitar, obligándolo a respirar por la boca, haciéndolo jadear. Con la voz entrecortada me dijo que necesitaba humedecerlo un poco. Yo asentí en silencio. El joven se llevó la mano izquierda a la boca y con la lengua se aplicó abundante saliva que llevó hasta su glande mezclándola con el líquido preseminal que empezaba a brotar. La mano derecha se encargó de distribuirla por todo el tronco. Repitió este paso un par de veces más dejando su verga brillante, húmeda y lubricada.
El joven se estimulaba cada vez con menos pudor y cuando finalmente cerró los ojos, se entregó en cuerpo y alma al placer de la masturbación. Sus piernas se estiraban y recogían levemente, su mano izquierda acariciaba su tonificado vientre, su lengua mojaba sus labios, sus caderas se movían de lado a lado. Su mano derecha subía y bajaba implacable recorriendo cada centímetro de esa preciosa verga, combinando fuerza y delicadeza, masajeando y apretando.
Yo estaba extasiado, nunca había visto a un hombre masturbarse con tanto placer, mi verga luchaba por ganar espacio en mi pantalón, pero yo apretaba mis puños y dientes para no intervenir en aquel hermoso espectáculo.
El joven seguía entregado a su lujuria, todo su cuerpo se movía rítmicamente al son de sus jadeos. Su mano derecha no dejaba ni un segundo de frotar todo el largo y grueso de ese tronco, de glande a pubis, mientras que su mano izquierda alternaba entre llevar más saliva a su verga, acariciar su vientre y masajear sus testículos. Se subió la polera mostrando un pecho poblado de rubio vello corporal y comenzó a pellizcar sus pezones con delicadeza. Sus piernas se recogieron y apoyado en sus talones levantó las caderas para hacer un movimiento de sube y baja, simulando penetrar a alguien sentado sobre él.
Gotas de sudor brillaban sobre su frente y nariz, sus jadeos eran ya era claramente quejidos de placer, su mano izquierda frotaba y apretaba con fuerza sus pectorales, luego bajaba a su escroto masajeando, estirando, apretando… se frotaba el muslo con la palma y luego se arañaba con las yemas de los dedos, repetía esta caricia en su glúteo, de vuelta en su vientre y volvía a su pecho, acariciaba su cuello, cara y oreja hasta llegar al pelo y jalaba esos rubios mechones con firmeza.
De pronto su cuerpo comenzó a temblar, el joven respiró hondo y contuvo la respiración, su cuerpo se tensó y por segundos que parecieron horas, se quedó inmóvil. Un profundo y largo quejido rompió el silencio, al tiempo que abundantes chorros de semen brotaban a borbotones de su verga y su cuerpo volvía a moverse con frenesí simulando una profunda penetración en el aire. Los primeros chorros de semen cayeron sobre el rostro del joven, su cuello, su pecho… el resto siguió saliendo en varios espasmos más, acumulándose sobre su vientre y ombligo… finalmente los últimos escurrían por su glande y tronco, siendo esparcidos por su mano derecha que ahora frotaba más lentamente, apretando, estrujando esa verga para que entregara hasta la última gota de ese preciado líquido. Por algunos minutos, el joven permaneció con los ojos cerrados, relajando su cuerpo, con una sonrisa en la cara, disfrutando del monumental orgasmo que acababa de protagonizar. Su mano seguía frotando su pene, que lentamente fue perdiendo dureza y color, su respiración comenzó a normalizarse.
Cuando finalmente abrió los ojos se miró el torso literalmente bañado en semen, luego me miró y sin dejar de sonreír dijo: -“va a ser difícil medir el volumen de esto…”
Sus palabras me sacaron del embobamiento en que estaba, cerré la boca, respiré y dije rápido: -“Es una estimación visual”. Busqué toallas de papel, le pasé para que se secara el rostro y cuello mientras yo me dediqué a secar el abundante semen que se acumulaba en su vientre y ombligo. El doctor llegaría en cualquier minuto, así que me apuré en salir diciéndole que lo esperara. El joven me preguntó por el resultado del examen que le había hecho a lo que sólo respondí -“Fue muy satisfactorio.”

En el vestíbulo colgué la bata, no encontré basurero por lo que metí las toallas con semen en mi bolsillo, luego me quité el polerón y lo amarré a mi cintura para ocultar la erección que marcaba mi pantalón. Salí al pasillo y me alejé rápidamente de ese sector.
Estaba en éxtasis, no podía creer lo bien que había resultado todo, recorrí pasillos y escalas recordando vívidamente cada escena del hermoso espectáculo que acababa de presenciar. Al dar vuelta una esquina me topé con los padres de Juan Carlos lo cual fue una bofetada que borró de golpe la sonrisa en mi cara. Un hielo recorrió mi espalda cuando recordé el porqué estaba en esa clínica.

Continuará…