lunes, 3 de diciembre de 2012

El Apoderado

Sigo con mis relatos de fantasía.


Ese día nos quedamos dormidos.
Mal afeitado, con el pelo todavía mojado, sin desayuno y sin aliento, dejé a mis hijos en el jardín infantil rayando en la hora límite en que los niños son recibidos. Cuando iba saliendo y ya más tranquilo, casi tropiezo con otro apoderado que venía muy apurado con su pequeño en brazos. Me hice a un lado y sostuve la puerta para que pasara. Seguí mi camino y él el suyo, pero algo había pasado:  por menos de un segundo nuestras miradas se cruzaron.
El resto del día me lo pasé desconcentrado, pensaba en el apoderado: recordaba sus ojos oscuros, profundos, su barba corta que poblaba sus mejillas y rodeaba sus labios en expresión de sonrisa dejando entrever sus dientes como diciendo "gracias" .
Por la noche me costó conciliar el sueño y desperté abruptamente en la mañana con una gran erección matutina. Me levanté discretamente para no despertar a mi mujer y fui al baño. Me bajé el pantalón de pijama y liberé a mi verga que estaba al máximo, caliente, palpitante, el glande descubierto y húmedo con líquido preseminal. La tomé con mi mano derecha, ardía en ganas de masturbarme, no es algo que haga muy seguido. Apreté fuerte mi mano y la desplacé lentamente hacia la punta de mi pene, obligando al prepucio a cubrir el glande. Luego desplacé mi mano hacia atrás y el glande quedó nuevamente al descubierto. Con un poco de saliva lo humedecí y repetí la operación una y otra vez, con calma, lentamente, disfrutando cada centímetro de recorrido. Cerré los ojos y me imaginé que delante mio estaba el apoderado, de espaldas, ofreciéndome su culito. Me imaginé separando sus nalgas y afirmando la punta de mi verga en su agujero. Me imaginé presionando y metiendo mi verga hasta el fondo en ese culito apretadito, caliente y húmedo. Con mi mano izquierda me afirmé en la pared y con la derecha aceleré los movimientos masturbatorios. Me imaginaba penetrando al apoderado una y otra vez y él pidiendo más y más con esa deliciosa sonrisa en sus labios. Pronto sentí que estaba a punto de acabar, me incliné un poco para dirigir el semen que saliera hacia el inodoro, sin dejar de frotar mi verga y acompañando con movimientos de cadera, me entregué al placer de la eyaculación. Fue una paja rápida, pero necesaria. Limpié la tapa de inodoro y me metí a la ducha.

Ese día no me topé con el apoderado en el jardín.
Al día siguiente salí mas tarde a propósito y luego de dejar a los niños me quedé un rato en la puerta del jardín, fingiendo revisar algo en mi teléfono celular. De pronto un auto a alta velocidad se detuvo bruscamente y se estacionó a media cuadra. El apoderado se bajó rápidamente, sacó a su hijo y se acercó corriendo con el pequeño en brazos. Le abrí la puerta, él nuevamente me dirigió esa mirada profunda que me descolocó el otro día, y también agradeció con su sonrisa, pero además adiviné en su rostro una expresión como de extrañeza, como de "¿tú otra vez? ¿será casualidad?" Le seguí con la mirada mientras entregaba a su hijo. Era sólo un poco más alto que yo, pero más delgado. La camisa suelta no ocultaba una espalda ancha y bien formada, que terminaba en un trasero rellenito, levantado, bien destacado por su pantalón de gabardina. Me dí cuenta que llevaba ahí parado más tiempo del prudente, así que cerré la puerta y me fui caminando a mi oficina. Antes de llegar a la esquina, un vehículo se detuvo a mi lado. Era el apoderado que me miraba con esa sonrisa que me estaba empezando a volver loco.
-"Te llevo a alguna parte?" me preguntó.
-"No te preocupes, mi oficina está cerca." respondí al tiempo que me daba cuenta que era la respuesta equivocada.
-"Te llevo igual" insistió por suerte, así que acepté y me subí.
Mientras me ponía el cinturón de seguridad miré discretamente su mano sobre la palanca de cambio. Era una mano grande, pero de dedos finos, uñas cuidadas, venas marcadas. No me atreví a mirarle el paquete, no quise levantar sospechas por si el apoderado no compartía mi debilidad por otros hombres. Luego de un breve, pero incómodo silencio, me dio las gracias por haberle sujetado la puerta en dos ocasiones y me confesó que siempre llegaba tarde. La conversación se centró luego en los niños y el jardín. Al momento de bajarme y despedirnos con un largo y fuerte apretón de manos, me dirigió nuevamente su embriagante sonrisa.
Los días siguientes no nos vimos y el masturbarme pensando en él se hizo un rito diario.
Finalmente llamaron a una reunión de apoderados, a la cual fui con la esperanza de encontrarme con él. Por supuesto llegó atrasado y se sentó más atrás. Terminada la reunión, las tías ofrecieron un café y galletitas. Mi mujer y la suya fueron a buscar café... él y yo fuimos por las galletitas. Conversamos trivialidades y de nuestras profesiones, él dentista, yo arquitecto. De nuestras bocas salían palabras, pero sus ojos parecían querer comunicar otra cosa, y seguramente los míos también. Por la noche me desvelé pensando si estaría yo interpretando bien las señales, o si serían solo ideas mías.

Al día siguiente grande fue mi sorpresa al encontrarme con el apoderado parado en la puerta del jardín. Sostuvo la puerta para que yo entrara y me regaló su hermosa sonrisa. Al salir estaba ahí, esperándome.
-"madrugué para conversar contigo" me dijo.
-"¿sobre qué sería?" pregunté realmente intrigado.
-"quisiera tu opinión profesional para hacer una ampliación en mi casa" me dijo. -"¿cuándo puedes ir a verla?"
-"ahora mismo si puedes tú" le respondí sin pensar.
-"entonces vamos" dijo, señalando su auto.
El tráfico a esa hora era principalmente en sentido opuesto al nuestro, así que llegamos en poco tiempo. Hicimos un recorrido por el patio y el primer piso, luego subimos a los dormitorios. Cuando entramos al dormitorio principal me empecé a poner nervioso, ideas locas se me venían a la cabeza, como imaginarlo desvistiéndose en un rincón o teniendo sexo con su mujer en esa cama...
-"voy al baño, vengo al tiro" me dijo.
Me acerqué a la cama que aún estaba deshecha. Tomé su pijama, lo acerqué a mi nariz y respiré profundo, qué delicioso sentir su olor a hombre impregnado en esa tela. Dejé el pijama como estaba y fijé mi mirada en la ropa tirada en el piso. Su ropa interior usada estaba ahí. No me resistí y me agaché a recogerla. Hundí mi nariz en donde habían estado su verga y testículos  Me dejé embriagar por su olor más íntimo. Escuché la puerta del baño, arrojé el calzoncillo al piso y simulé mirar por la ventana tratando de que la semi-erección que tenía pasara desapercibida. Él se acercó y se paró junto a mi.
-"¿bueno y qué te pareció", me preguntó.
-"muy bien" le dije -"pero aún no me dices qué quieres hacer"
-"quiero que me huelas como oliste mi ropa interior" me dijo descaradamente. Yo lo miré sorprendido y agregó -"no te hagas el desentendido, me quedé espiándote para ver qué hacías y confirmar mis sospechas: Tu me deseas tanto como yo a ti."
Se puso frente a mí y pude advertir la erección en sus pantalones. La ansiedad dio paso a la lujuria. Nos acercamos mirándonos a los ojos, incliné un poco mi cabeza y mis labios rozaron los suyos en un beso tímido. Sus manos se posaron en mi cadera y me acercaron a la suya, nuestros paquetes se encontraron y se empezaron a rozar. Yo le abracé también al tiempo que con mi lengua humedecí todo el contorno de su boca. Él no resistió más y me estampó un beso apasionado. Fue un beso largo, rico, con pasión pero no desesperación. Sin separar nuestros labios y lenguas, nos fuimos soltando poco a poco los botones, cinturones y cierres. Su camisa abierta me dejó entrever un pecho firme cubierto por vello corporal pero en una zona muy delimitada. Mis dedos se enredaron en ese pecho peludo y luego pellizqué suavemente su tetilla que reaccionó endureciéndose al tiempo que el apoderado lanzó un leve gemido. Sus manos acariciaban mi espalda por debajo de mi camisa, apretando levemente, luego desplazándose a todo lo largo de mi columna desde el cuello hasta el coxis, haciéndome sentir escalofríos  Me separé de él un poco y mirándolo fijamente a los ojos le quité la camisa. Él me miraba con su sonrisa que ahora era como la de un chiquillo haciendo una travesura. Tomé su camisa y hundí mi cara en ella, el agradable olor a perfume de hombre disparó mis hormonas. Arrojé la camisa y hundí mi nariz en los vellos de su pecho, el mismo olor me dejó como embriagado de placer. Levanté su brazo derecho y llevé mi nariz a su axila. El olor de su sudor fresco me pareció irresistible y sin pensarlo saqué mi lengua y lamí con desesperación. Nunca lo había hecho y no sé porqué lo hice, pero fue tan excitante y placentero que repetí la operación una y otra vez bajo ambos brazos.
El apoderado me tomó y me sentó en la cama, se quitó los zapatos y pantalones, quedando sólo en boxers blancos ajustados, que contenían su pene en evidente erección. Luego me quitó mis zapatos y pantalones, dejándome al igual que él, sólo en ropa interior. Se sentó a horcajadas sobre mí, nos abrazamos con fuerza y besamos mientras nuestros paquetes, vientres y pechos se rozaban con frenesí. Me recosté y comenzamos a rodar por la cama, hacia uno y otro lado, sin dejar de besarnos, lamernos, acariciarnos. Dejé de rodar para quedar sobre él, ya no aguantaba más las ganas de ver, oler y lamer su verga. Bajé lentamente besando cada centímetro de su cuello, pecho, vientre y pubis. Con ambas manos tomé sus boxers por el elasticado y los fui bajando lentamente, hasta que su verga pareció saltar al quedar liberada de la presión. Era un pene más largo que el mío, pero no tan grueso. Su glande brillante destacaba por su volumen, comparado con lo fino del tronco, que se veía más bien liso, sin venas marcadas. Quise inclinarme y lamerlo, pero el apoderado se incorporó y me quitó mi ropa interior, al ver mi pene sus ojos parecieron brillar al tiempo que decía "wuauu!"sin duda complacido por lo grueso de mi miembro. Antes de darme cuenta, su boca chupaba frenéticamente mi tronco. Con su mano derecha obligaba a mi prepucio a cubrir completamente mi glande y luego introducía su lengua entremedio y la hacía girar, recorriendo todo el contorno lo cual me hacía sentir un delicioso placer. Sin dejar de succionar, me empujó y quedé tendido de espaldas en la cama, enredé mis dedos en sus cabellos y acompañé su cabeza en un rítmico sube y baja que obligaba a sus labios a recorrer mi verga de pubis a glande. Me dediqué a disfrutar y mirar, quería grabar en la retina la imagen de ese hombre 100% varonil, padre de familia, que se entregaba con pasión a darme placer mamándome el pene.
Luego de un rato dejó mi verga muy sensible y dura a más no poder. Se acercó a mi cara y me introdujo la lengua en la boca. Al mismo tiempo, acomodó su trasero para sentarse sobre mi de modo que la punta de mi pene quedó justo en la entrada de su ano. Lubricada como estaba con toda su saliva, mi verga se empezó a abrir paso por su esfínter, lentamente, a medida que el apoderado iba bajando sus caderas. Ardía en ganas de dejarlo seguir y penetrarlo sin condón, pero me armé de voluntad y lo detuve.
-"no tienes condón", le dije.
-"no", me dijo sin dejar de besarme, "pero no te preocupes, piensa que nuestros hijos tienen menos de un año, antes que nacieran nuestras mujeres se hicieron el test del sida. ¿has estado con otro hombre en este tiempo?"
-"no", le respondí.
-"yo tampoco", me dijo. "Vamos, démosle así no más, si estamos sanos porque nos cuidamos y cuidamos a nuestras familias, es lo bueno de estar entre casados."
El sida no era mi única preocupación, pero me dejé convencer. Hacía muchos años que no penetraba a un hombre sin condón, de cuando era soltero e irresponsable.
-"ok", le dije "quiero llenarte el culo con mi leche."
Y dicho esto, el apoderado terminó de sentarse sobre mí, con lo cual mi pene quedó completamente inserto en su ano. La sensación de sentir las mucosas de su recto, su calor, su humedad, su textura envolviendo mi verga casi me hacen acabar, pero me contuve, era un placer que merecía ser disfrutado por mucho tiempo. El apoderado se incorporó apoyando sus brazos en mi pecho y comenzó a mover sus caderas en su suave baile lleno de erotismo que me dejó extasiado. Con los ojos cerrados y su boca entreabierta, lanzaba suaves gemidos al ritmo de sus movimientos. Yo no quería cerrar  mis ojos para no perderme el espectáculo. Casi involuntariamente, de mi boca comenzaron a salir quejidos que se sincronizaron con los del apoderado. Con mi mano derecha tomé su verga y la presioné contra mi vientre de manera que rozándome se masturbara al ritmo de sus propios movimientos. 
Estuvimos así un buen rato, el apoderado era incansable y yo estaba entregado al placer que me daba, pero se me estaba haciendo cada vez más difícil no llegar al punto de acabar. El apoderado pareció adivinar mis pensamientos, abrió los ojos y me miró fijamente al tiempo que comenzó a acelerar sus movimientos hasta parecer cabalgar sobre mí. Nuestros quejidos se hicieron más fuertes, nuestros movimientos más bruscos, como debe ser el sexo entre machos. Finalmente no resistí más y me dejé ir. Eyaculé dentro del apoderado, sentí cómo un espasmo tras otro fueron vaciando chorros de semen que llenaron las entrañas de mi hombre. Él, por su parte, al sentir el calor de mi leche en su interior eyaculó sobre mí, lanzando su abundante esperma en mi pecho y vientre. Nuestros movimientos fueron haciéndose más lentos hasta que nos detuvimos, nos miramos fijamente con una clara sonrisa de satisfacción en nuestros rostros. El apoderado se inclinó y nos besamos y abrazamos con fuerza y ternura, mientras su semen sobre mí se aplastaba y desparramaba entre nuestros cuerpos, pegoteádonos, sellando la nueva relación de amistad y deseo que acababa de nacer.
Se quedó un rato más sobre mí, alternando sonrisas, besos apasionados y besitos tiernos, hasta que su ano expulsó mi pene ya flácido y los restos de semen. Conversamos un rato más en la intimidad, sobre nosotros, nuestras experiencias, lo que queríamos, lo que esperábamos. Luego nos duchamos juntos, tranquilos, relajados. Nos vestimos y al salir el apoderado me preguntó:
-"¿qué tienes que hacer este fin de semana?"
-"nada específico", le respondí "llevar a los peques al parque...."
-"tengo una cabaña en la costa" dijo, "puedes llevar a tu familia, mi mujer y la tuya se llevarán bien... y ya veremos cómo mantenerlas ocupadas para tener un tiempo para nosotros"
-"¿y cómo le explico la invitación?" pregunté preocupado.
-"quiero hacer una ampliación y necesito la opinión de un profesional" me dijo guiñando un ojo.


¿CONTINUARÁ?

viernes, 26 de octubre de 2012

Mi Primera Vez (Historia Real)


ESTA HISTORIA ES FIEL Y ABSOLUTAMENTE REAL

Tenía yo 32 años y planes de contraer matrimonio dentro de unos 18 meses. Paradójicamente, tener la certeza de que me iba a casar con una mujer me llevó a decidirme por experimentar el sexo con un hombre. Era algo que tenía que hacer aunque fuera por una sola vez en la vida, y tenía que ser en ese momento, pues ya estando casado no iba a ser capaz de engañar a mi mujer.

Llevaba ya bastante tiempo entrando al chat gay para conocer hombres. Había hecho algunos amigos e incluso había tenido sexo virtual, pero jamás había tenido un encuentro en persona con ninguno de ellos. Fue justamente por un chat que conocí a Eduardo, un joven estudiante de 24 años. No recuerdo quién inició la conversa, chateamos animadamente toda una tarde, pero no quedamos en nada. Al día siguiente, nuevamente en el chat, me llegó un mensaje que me decía:
-"Hola, estuvimos chateando ayer. Soy el puto, ¿te acuerdas?"
-"No" escribí con seguridad.
-"Soy Eduardo" me dijo -"pero hoy me llamo Fernando, jajaja"
-"Disculpa, pero ayer no me dijiste que eras puto..." escribí sorprendido.
-"jajaja no me dedico a esto en forma profesional, pero se acerca el fin de semana y necesito plata ;) " me respondió.

Fue entonces cuando me dije que si quería experimentar el sexo con un hombre, lo ideal sería pagar por él. De esta forma no tendría que preocuparme por conocer a un tipo, caerle bien, esperar que me encuentre atractivo, seducirlo, etc.... Así que le pregunté por su tarifa, la cual era absurdamente barata, y fijamos un punto de encuentro para esa misma noche.

Ese día me fui temprano a casa, donde vivía solo. Dejé todo ordenado y fui a buscar a Eduardo, en el camino pasé a comprar condones. Estaba muy nervioso, nunca había dado la cara a una persona que supiera de mi atracción por los hombres. Llegué al punto de encuentro y a pesar de la oscuridad, vi a un joven que coincidía con la descripción de Eduardo: delgado, no muy alto, muy moreno, de pelo corto.... un tipo común y corriente. Desde mi auto le hice una seña, él me vio y se acercó dubitativo.
-"¿Leo?" dijo en voz baja.
-"Sí" le respondí, "sube."

Una vez en el auto nos saludamos con un apretón de manos. No recuerdo exactamente qué conversamos en el viaje, pero fueron trivialidades. Llegamos a mi casa y yo cruzaba los dedos esperando que ningún vecino nos viera. Entramos, le ofrecí asiento en el sofá, le llevé algo de beber y me senté junto a él. Me preguntó por mi experiencia y le dije "ninguna", me preguntó qué quería probar y le dije "de todo". Él sonrió, se acercó y me dijo "nunca vas a olvidar este beso" y por primera vez en mi vida mis labios tocaron los labios de un hombre.

Nos besamos largo rato, lamentablemente su aliento no era agradable. A pesar de ese detalle, la sensación fue muy placentera. Nos besamos y lamimos nuestros labios y lenguas con mucha pasión. Lo que mas me gustaba, era sentir la aspereza de su barba saliente raspando mi cara. De más está decir que estaba muy excitado y que cuando Eduardo, sin dejar de besarme, puso su mano en mi entrepierna, se encontró con la dureza de mi pene erecto. Sin decir nada, dejó mis labios, soltó mi cinturón, bajó el cierre de mi pantalón y sacó mi verga que estaba dura, caliente y húmeda. La miró por un segundo, pasó su lengua por sus labios, abrió su boca y empezó a chuparla como nunca me lo habían hecho. Yo sentía cómo sus labios recorrían casi todo el largo de mi tronco al tiempo que su lengua rozaba mi glande dentro de su boca. La sensación era fantástica, nunca me habían dado tanto placer con sexo oral. Yo seguía sentado en el sofá disfrutando de la felación, con una mano acariciando su espalda y la otra sobre su cabeza enredando mis dedos en sus cabellos. Luego de un rato soltó mi verga y me miró a los ojos pasando nuevamente su lengua por sus labios. Le quité la polera y acaricié su pecho lampiño. Me gustó mucho la sensación de tocarlo, de tocar el pecho de un hombre, sentir sus músculos, su sudor. Me puse de rodillas en el piso frente a él, le abrí el pantalón y me dispuse a chupar un pico por primera vez en mi vida. Su verga era más chica que la mía, pero se erguía muy firme hacia arriba, pegada a su vientre. Pasé mi lengua por su glande probando su sabor ligeramente salado. Humedecí mis labios y se la empecé a chupar, al principio con torpeza, no sabía cómo evitar rasparle con mis dientes. De a poco creo que fui mejorando y de pronto me dí cuenta de lo que estaba haciendo y me dije muy contento -"¡estoy chupando un pico!"

Luego de un rato, me puse de pié y llevé a Eduardo al dormitorio. Nos terminamos de desvestir y nos tendimos sobre mi cama de dos plazas. Hicimos un 69, mi primer 69, tendidos de lado, me mamaba la verga con destreza y yo se la chupaba tratando de hacerlo lo mejor posible. Pasaba mi lengua por su glande, alternaba con sus huevos y miraba indiscretamente el agujero de su culo. Pero Eduardo me la chupaba demasiado bien, tanto que yo dejé de hacérselo a él. Me recosté, cerré los ojos y me entregué al placer que me estaba dando. Era maravilloso lo que me hacía. Sus labios recorrían toda mi verga cerrados con fuerza para evitar que entrara aire por el contorno. Su boca creaba un vacío que aumentaba la sensibilidad de mi glande, el cual era continuamente rozado por su lengua. Movía su cabeza de arriba a abajo, una y otra vez, a buen ritmo, muy constante, muy concentrado en darme placer. Me tenía loco, yo no cabía en mí de felicidad. Relajado como estaba, sólo me incorporé para decirle -"cuidado, voy a acabar", a lo que Eduardo se retiró dejando que abundantes chorros de semen cayeran sobre mi vientre y pecho. Fue uno de los mejores orgasmos que he tenido.

Eduardo me secó con toallas de papel y me dijo -"se puede aprender a durar más". Yo sólo me sonreí e ignoré su comentario.
-"¿quieres que te penetre?" me preguntó.
-"si", le dije en voz baja, casi con vergüenza.
Le indiqué dónde estaban los condones. Eduardo me preguntó si tenia lubricante, a lo que respondí que no. Le pasé un frasco de crema humectante, lo miró dubitativo, luego sacó un poco y lo aplicó sobre el condón.
-"¿cómo quieres ponerte?" me preguntó.
-"de espaldas", le dije -"quiero verte a la cara mientras me penetras"
Me recosté y Eduardo puso mis piernas sobre sus hombros. Puso la punta de su verga en mi culito virgen y empezó a empujar para meterla. Yo traté de relajar mi esfinter pujando un poco. Me dolió muchísimo, pero me aguanté como hombre, con los ojos y puños cerrados. Parecía que la verga de Eduardo no terminaba de entrar nunca y eso que no era tan larga. Empezó un mete-saca acompasado, lanzando un pequeño gemido en cada embestida. Yo me quejaba en silencio y aguantaba el dolor. Tenía la desagradable sensación de que me estaba cagando y no lo podía evitar.
-"No. Parece que no soy gay" pensaba, -"esto no me está gustando... ay, no, definitivamente no me gusta..." Sólo quería que Eduardo acabara luego para que me dejara el culo en paz. El dolor era terrible, pero no le dije nada y me aguanté hasta que acabó dentro mío. Apenas me la sacó, me fui al baño y me senté en el water. Traté de cagar, pero no salió nada. Me limpié y el papel higiénico se ensució con mucosidad y sangre.

Volví al dormitorio donde Eduardo terminaba de limpiarse, lo abracé por la espalda y le dije al oído -"me rompiste el culo". A pesar del dolor y la incomodidad, lo dije en tono divertido. Estaba contento, ya no era virgen, me dolió demasiado, pero inexplicablemente me sentía muy feliz.
-"¿me quieres penetrar?" me preguntó Eduardo. Le respondí que si y que quería hacerlo a lo perrito. Eduardo se puso de rodillas sobre la cama y luego apoyó sus manos, dejando a mi vista su culo que era todo un misterio para mí. Me puse un condón, un poco de crema y me acerqué a él por detrás. Puse mis manos sobre sus nalgas y las separé un poco. Afirmé la cabeza de mi pene en su ano y presioné un poco para que entrara. Su culito no opuso resistencia y mi verga entró sin dificultad. Fue muy placentero sentir cómo iba entrando en ese recto, se sentía tibio, suave, ajustado, pero no apretado. Empecé a moverme para que mi verga entrara y saliera de ese culito y Eduardo también se empezó a mover como de lado a lado. Traté de seguir el ritmo que estaba marcando Eduardo con sus movimientos, pero no lo lograba, porque no tenía un ritmo definido.
-"si quieres puedes acabar dentro mio sin condón" me dijo luego de un rato. Yo quedé sorprendido con su propuesta.
-"pero, no es muy arriesgado?", le dije.
-"pero si tu no has estado con nadie y yo estoy sano", me dijo.
-"no, no te preocupes, así está bien" le respondí y seguí en lo mío.
Eduardo se movía como erráticamente, no podía seguirle el ritmo y tratar de hacerlo me empezó a cansar. Le dije que no estaba cómodo, nos movimos al borde de la cama y seguí penetrándolo pero ahora yo estaba de pie. El cambio ayudó un poco, pero igual no pude seguir el ritmo de Eduardo y finalmente me aburrí, fingí acabar y saqué mi verga de su culo. Mientras Eduardo fue al baño, yo me quité el condón y me tendí en la cama cansado.

Eduardo volvió del baño y se tendió junto a mi. Allí, tendidos desnudos sobre la cama, empezamos a conversar. Le pregunté si siempre duele tanto ser penetrado, me dijo que sólo las primeras veces. Me recomendó usar lubricante porque la crema humectante no es buena: se absorbe y con el roce se pone pastosa (podría haberlo dicho antes, ¿no?) También le dije que me había costado seguirle el ritmo y me pidió disculpas. Me contó que días atrás lo había golpeado un auto al cruzar la calle y que con ciertos movimientos le dolía mucho la cadera. Luego me contó que los fines de semana hacía un show de travesti en una disco gay de la ciudad y que si yo quería, la próxima vez podía traer sus implementos y hacerme un show privado. Yo quedé absolutamente sorprendido con esa revelación y muy diplomáticamente le expliqué que no me sentía atraído por hombres vestidos de mujer. Seguimos conversando un buen rato, luego nos vestimos y antes de salir le entregué su dinero. Lo fui a dejar al centro y al despedirnos con un apretón de manos, me dijo -"llámame".
Nunca le llamé ni supe nada más de él.

Los días siguientes recuerdo que andaba feliz, muy contento por lo que había hecho y que nadie de los que me conocía sospechaba siquiera. Una gran sonrisa llenaba mi cara cada vez que subiendo una escala sentía un dolorcito en el culo.


F I N

lunes, 23 de julio de 2012

En la Cínica, Parte 4 y final


Cuarta Parte y Final

Camino a la sección donde estaba hospitalizado Juan Carlos, decidí que sería mejor pasar a comer algo antes. Ya era hora de almorzar y yo ni siquiera había tomado desayuno. Pasé al casino y busqué algo que pudiera comer rápido. La comida que se ofrecía era tan ascéptica como poco apetitosa. ¡Qué ganas de haber ido a una de esas schoperías de mala muerte donde íbamos con Juan Carlos a comernos un churrasco completo con mayo casera y un schop de litro! Pero ahora mi amigo estaba inconsciente y yo atento a su evolución.
Apenas me senté con mi sandwich de miga y botella de agua mineral entró una verdadera delegación al casino: era Claudia y toda la parentela de Juan Carlos. Por suerte no me vieron, así que comí rápido y me fui antes que siquiera terminaran de ordenar.

Cuando llegué al mesón del piso donde estaba Juan Carlos, le pregunté a la enfermera por mi amigo y dijo que evolucionaba favorablemente, ya estaba fuera de la unidad crítica pero que sólo parientes directos podían entrar a verle, aunque seguía sedado. Le dije que yo era su mejor amigo, casi hermano, pero no me dejó entrar. Desanimado me puse a andar por el pasillo, cuando una voz a mi espalda me dijo:
-“así que eres el amiguito del guapetón de la 12…” me giré y con sorpresa ví que era el morenazo de las duchas. “Yo puedo hacer que veas a tu amiguito…” me dijo en voz baja.
-“¡Es sólo un amigo, nada más!” le respondí molesto.
-“Como sea…. sígueme” agregó y entró a una sala.
Lo seguí intrigado, era una sala de hospitalización individual, con una cama vacía, un sofá cama y un baño. Cerró la puerta con llave tras de mí y dijo:
-“a cambio de un favorcito, te dejo que veas a tu amigo…” No sé qué cara puse, que agregó “no te asustes, pude ver la tranca que llevas bajo esos pantalones y me muero por sentirla entre mis glúteos.”

Comprendí que mis esfuerzos por ocultar mi erección en las duchas fueron en vano. Consideré la propuesta del enfermero. Normalmente me habría negado rotundamente, pero me habían pasado tantas cosas en la mañana que de verdad necesitaba hacer algo con mi erección que ya era algo permanente. Así que accedí. El enfermero dejó un puñado de condones sobre el catre clínico, lo hizo subir de manera que quedara a la altura de mi cadera, luego se bajó los pantalones e interiores y dejó al descubierto ese exquisito traste que había visto en las duchas. Desde cerca como estaba era aún más apetitoso, redondo y firme. Me acerqué y con ambas manos toqué y acaricié esas hermosas nalgas. La sola sensación de tocarlas me hizo sentir placer. Me abrí el pantalón y liberé a mi pobre verga que estaba que reventaba en su encierro. Con mi pene erecto acaricié toda la suave superficie de esos glúteos que parecían de dios griego. Luego me agaché un poco, separé sus nalgas y con mi lengua humedecí todo el perimetro de su ano que se reveló oscuro y misterioso. Con mi índice derecho empecé a distribuir la saliva para lubricar bien su culito y con delicadeza introduje la punta de mi dedo para comenzar una suave dilatación.
-“vamos, perrito, que virgen no soy! ….y no tenemos todo el día…” me dijo con ironía.
El enfermero tenía razón pero igual me molestó su impaciencia. Me levante, me puse un condón y lo penetré de golpe. El morenazo, lejos de quejarse, lanzó un suspiro de placer. Lo seguí penetrando con violencia, no tuve ninguna consideración. No era a lo que estaba acostumbrado, siempre había sido gentil y me preocupaba por el otro, pero ahora no sentía más que desprecio por el enfermero así que me concentré en el placer mío. Y me gustó. Me sentí superior, yo era el importante y el morenazo sólo un culo que debía darme placer. Lo penetré con fuerza, con rabia. Recordaba a Juan Carlos, mi devoción por él y su rechazo. Recordaba al Doctor Mora y su abuso. Recordaba al joven de la ecografía y mi abuso. Embebido en mi rabia, no me dí cuenta de cómo el catre clínico se había ido desplazando en cada una de mis embestidas quedando en diagonal en medio de la habitación… tampoco había notado que el enfermero estaba diciendo -“con calma, perrito, acaba pronto, por favor”.

Una sonrisa de satisfacción llenó mi rostro y con una indescriptible sensación de superioridad, seguí penetrándolo sin compasión. YO iba a acabar cuando YO quisiera, no cuando a él se le antojara. Seguí un buen rato más penetrando al enfermero, haciendo oidos sordos a sus súplicas. Finalmente comencé a sentir en mi pene la inequívoca sensación de la eyaculación inminente. Saqué mi verga de su culo, me quité el condón al tiempo que tomé firmemente al enfermero del pelo y conduje su cabeza frente a mi verga justo para que abundantes chorros de semen se estrellaran sobre su cara. Mi leche escurrió desde su frente por los ojos y nariz hasta caer en su boca abierta donde su lengua se encargaba de atrapar cada gota de semen para tragársela con ansiedad.

Nos quedamos un rato ahí en silencio. Luego de secarnos, vestirnos y ordenar la sala, con un gesto el enfermero me hizo seguirlo, salimos con sigilo e ingresamos a la habitación contigua.
-“ahí está tu amiguito, afortunado él!” dijo el morenazo con una sincera sonrisa.
Y efectivamente ahí estaba Juan Carlos, sin tubos, cables ni monitores. Sin moretones, vendajes ni yesos. Estaba ahí simplemente tendido, como quien duerme una placentera siesta. Solo las sábanas de un blanco radiante recordaban que estábamos en una clínica.
-“ya no está sedado, pero no quiere despertar y los doctores no saben porqué. Es un maldito misterio médico” dijo el enfermero, y agregó -“tu lo puedes ayudar, pero no es algo convencional…. es como en los cuentos de hadas, donde la princesa despierta con un beso de su verdadero amor”.
-“ah, por favor, no seas ridículo” le dije enojado y agregué -“además, su verdadero amor es Claudia, su mujer”.
-“jajaja… no es un beso, perrin, es un buen mamón, que aumente su presión sanguínea y estimule la irrigación de su cerebro”.

Yo quedé perplejo, por ridícula que fuera la idea no tenía argumentos para rebatirla. Además, para qué estamos con cosas, siempre soñé con probar el dulce sabor de la verga de Juan Carlos. Pensé en la idea, no tenía sentido, pero nada de lo que habia pasado hoy lo tenía. Miré a Juan Carlos, se veía tan lindo ahí tendido, durmiendo plácidamente incluso parecía tener una sonrisa en sus labios, casi como si se estuviese haciendo el dormido para jugarme una broma pesada. Me acerqué y levanté las sábanas. Me sorprendió encontrarlo completamente desnudo y no con una de esas batas de clínica. Su cuerpo lucía radiante, hermoso, no recordaba que lo fuera tanto, a pesar que ya habían pasado varios años sin que le viera desnudo. Miré su entrepierna donde yacía en reposo su preciado pene, lindo, hermoso. El pene más perfecto que había visto en toda mi perra vida. Acerqué mi cara y le besé el pubis, luego con la punta de mi lengua fui lamiendo milímetro a milímetro todo el largo de ese miembro desde su base hasta la punta, donde estampé otro beso. Su verga comenzó a reaccionar creciendo en longitud, volumen y hermosura. Seguí lamiendo y besando su prepucio a medida que la creciente erección lo hacía retroceder para ir revelando un glande tibio, suave y brillante. Mis labios se abrieron y con delicadeza introduje la cabeza de su pene en mi boca y la humedecí con mi lengua. Por fin, después de tantos años de deseo reprimido, estaba íntimamente conectado con el amor de mi vida.

-“despierta, Juan Carlos” pensé, “despierta, despierta” me repetía incansable mientras besaba apasionadamente el tesoro de su glande.
-“…despierta, …despierta, …despierta” repetía en mi cabeza…
-“despierta, despierta, Leo, despierta” la voz de Juan Carlos que sacó de mi profundo sueño.
-“¿qué pasó? ¿dónde estoy?” pregunté confundido mientras mis ojos trataban de enfocar la figura de mi amigo.
-“tuviste un accidente, pero estás bien, fue sólo un golpe en la cabeza” me respondió.
-“ohhh… que atroz, tuve un sueño horrible: tú no estabas conmigo, te habías casado con Claudia…. fue tan real que lo recuerdo y me da miedo…”
-“tranquilo, hombre, aquí estoy a tu lado, como siempre. Y en todo caso, tan malo no debe de haber sido, porque estuviste casi todo el rato levantando carpa, jajaja” me dijo divertido señalando a mi entrepierna y agregó -“tenías locas a las enfermeras, tuve que ponerme serio y decirle que eras sólo mio, jejeje”
-“si bueno, reconozco que no todo fue tan malo” confesé.
-“¿algún dia me contarás lo que soñaste?” me preguntó.
-“no sé, tal vez lo escriba en uno de esos relatos que tanto te gusta leer a escondidas en la oficina” le respondí.
-“jajaja, loco, ese golpe en la cabeza te dejó peor de lo que estabas. Te amo, loquito mío”
-”lo sé, hoy más que nunca lo sé.”


F I N

lunes, 28 de mayo de 2012

En la Clínica, Parte 3


Tercera parte

Sentía el culo lleno de gel y tratando de caminar lo más normal posible llegué al pasillo indicado por el doctor. Seguí más allá del letrero que decía NO PASAR y a medio camino encontré las benditas duchas. Estaban a medio remodelar, tal vez el contratista quebró y dejó la pega botada, pero las usaban igual. Los vestidores eran cubículos pero no todos tenían puerta. En un mueble había toallas, tomé una y me dirigí a un cubículo cerrado. Mientras me desvestía pensaba en lo contradictorio de mis sentimientos: lo había pasado bien, pero igual me sentía mal. Prácticamente fui violado, pero hasta cierto punto me había gustado…

Sentía el culo delicado, busqué la pomada que me dio el doctor y en el bolsillo de mi pantalón encontré amuñadas las toallas de papel con las que sequé el semen del joven de la ecografía. Las abrí con cuidado, estaban húmedas y en el centro se había concentrado la leche de ese muchacho. Cerré los ojos y el dulce olor de ese semen me transportó de regreso a la sala 3 donde las imágenes del orgasmo del joven aparecieron vívidas en mi mente. Acerqué mi nariz para oler mejor y, sin pensarlo, saqué mi lengua y empecé a lamer delicadamente la esencia de ese machito. Sentir ese sabor concentrado y el morbo de lo que estaba haciendo provocaron que mi verga se hinchara rápidamente en una erección instantánea. Imaginé que lamía esa leche directamente del cuerpo del muchacho, recorriéndolo por completo con mi lengua…. seguí un rato disfrutando hasta que me lo comí casi todo.

Cuando volví a la realidad, arrojé el papel al piso, me puse la toalla a la cintura y quise ir a las duchas. La toalla no disimulaba mi erección, así que me asomé fuera del cubículo, verifiqué que no había nadie y salí. En las duchas no había separaciones, era un solo recinto amplio con llaves en tres paredes. No había dónde colgar las toallas, así que la dejé junto a la puerta y me dirigí a las duchas del fondo. Apenas abrí la llave les escuché en los vestidores: voces de hombres hablaban animadamente. Quise ducharme rápido para salir antes que llegaran a las duchas y me vieran con mi tremenda erección, pero pronto los escuché saludarme al entrar. Yo me puse de espaldas a la puerta, tratando de pasar inadvertido, sólo giré la cabeza para responder el saludo. Eran cuatro hombres jóvenes, de entre 25 y treinta años, tal vez enfermeros. Dos llevaban la toalla a la cintura, otro la tenía sobre su hombro y el cuarto simplemente en la mano. Dejaron sus toallas junto a la mía y se repartieron en las duchas, dos a cada lado. Uno era más bien bajo, rellenito, bien peludo, moreno, de barba corta y prematuramente pelado, su pene de tamaño promedio se destacaba blanco y grueso entre su oscuro vello púbico, su poto era redondito y firme. Junto a él un tipo alto, demasiado flaco para mi gusto, su pene era también delgado y de buen largo, moreno y lampiño, no tenía poto. Al otro lado la cosa mejoraba, un morenazo más o menos de mi porte, de cuerpo bien tonificado, firme, trabajado en gimnasio pero sin exagerar, de escaso pero suficiente vello corporal, pelo corto y muy atractivo de rostro. Su pene oscuro se coronaba por vello púbico visiblemente recortado, sus huevos también oscuros colgaban con gracia, relajados. A su lado, el único rubio del grupo, de escaso pelo liso, no muy alto, medianamente velludo, buen cuerpo, brazos musculosos, espalda ancha y poto cuadradito, piernas firmes, tenía el pene más largo del grupo. Conversaban animadamente, fanfarroneando sobre mujeres que habían conocido, tirando tallas, muy relajados. Por el contrario, yo y mi erección estábamos en silencio tratando de pasar desapercibidos. El rubio fue el primero en salir, luego el morenazo. Aprovechando que había un lado despejado, me fui sigilosamente a tomar mi toalla, cubrí mi verga empalmada y disimuladamente me fui a encerrar a mi vestidor. Desde los otros cubículos, los enfermeros seguían su animada conversación. Traté de relajarme y pensar en cualquier cosa para que bajara mi erección, me senté, cerré los ojos y me concentré en Juan Carlos y su accidente.

No sé cuánto rato dormí, tal vez sólo minutos, pero los vestidores estaban en silencio cuando desperté. Me sequé y vestí rápidamente. Fui a dejar la toalla al cajón de ropa sucia y al pasar junto a las duchas los escuché. Me asomé con cuidado y los vi: en el fondo estaban el morenazo y el gordito pelado. Estaban desnudos, abrazados, besándose arrebatadamente. Miré a mi alrededor, me asomé al pasillo, no había nadie más. Pensé que debería irme, pero las ganas de mirar fueron más fuertes y me devolví. Con cuidado y en silencio me asomé nuevamente a las duchas, no quería interrumpir.
Los enfermeros seguían con sus cuerpos entrelazados en un abrazo y beso apasionados. El morenazo soltó los labios del gordito y empezó a besar su cuello al tiempo que sus manos le recorrían la espalda, el gordito dejó caer su cabeza hacia atrás disfrutando y respondiendo las caricias. El morenazo subía lamiendo el cuello, llegando a la oreja, mordía el lóbulo y volvía a bajar, recorriendo con su lengua la piel de su macho. Repitió esta acción varias veces, luego bajó un poco y si dejar de lamer, se concentró en los pezones del gordito, besando, mordiendo, acariciando. En esta posición sus cuerpos se separaron lo suficiente como para poder ver sus vergas empalmadas. La herramienta del moreno se erguía perpendicular a su cuerpo, de unos 18cm, su prepucio se había recogido dejando a la vista un glande rojo oscuro, duro y brillante. La del gordito era notoriamente más gruesa, un poco más corta y tenía una pronunciada curva hacia su izquierda y hacia arriba. A pesar de la erección, el prepucio se abultaba justo detrás de la corona de su glande.
El morenazo dejó de lamer el pecho del gordito y siguió bajando por su curvado vientre, hundiendo su nariz entre esos vellos corporales y concentrándose luego en su ombligo. Con una rodilla en el piso, sus manos ya estaba a la altura de las nalgas de su amante, las cuales apretaba y sobaba con frenesí. El gordito no dejaba de jadear de placer, su verga rozaba el pecho y cuello del morenazo, sus manos le acariciaban los hombros y espalda.  Finalmente el morenazo bajó un poco más y se enfrentó a la enorme tranca del gordito. Se detuvo, la miró con lujuria, se humedeció los labios, abrió su boca y con delicadeza envolvió ese glande con sus labios carnosos. Fue un beso hermoso. Sacó su lengua y apenas rozando con la punta comenzó a lamer todo el largo de esa verga desde su base hasta la cabeza. Repitió esta operación una y otra vez hasta que hubo humedecido todo el perímetro de ese falo. Luego abrió su boca y con decisión se fue tragando ese miembro lentamente. No pensé que fuera capaz, pero lo hizo a la primera, no se detuvo hasta que sus labios besaron el pubis. Con la misma lentitud fue retirando su cabeza, dejando a la vista el tronco que se había tragado. Volvió a la carga una y otra vez, metiendo y sacando esa verga de su boca, a veces completa, otras sólo hasta la mitad, mientras sus manos acariciaban, una por delante la barriga y la otra por detrás las redondas nalgas del gordito.
De pronto el morenazo se levantó y se puso contra la pared, ofreciendo su espalda. Abrió las piernas para amoldarse a la estatura más baja del gordito y éste le tomó por las caderas, le abrió las nalgas, apuntó su verga al ano del morenazo y comenzó a penetrarlo de a poco, retirando y metiendo en cada embestida un poco más. El morenazo se quejaba de placer y susurraba “más… más..” El gordito pasó sus brazos bajo los de los de su amante, le tomó por los hombros e inició un acompasado mete y saca, embistiendo con fuerza, retirando con suavidad. A cada movimiento, el cuerpo del morenazo chocaba contra los azulejos haciendo el ruido de una cachetada, ¿o sería el chocar de los cuerpos entre sí?
Luego de un rato que me pareció muy corto, el gordito se tendió de espaldas en el piso y el morenazo se sentó sobre su verga, dándole la espalda a su amante, de manera que sus glúteos chocaban contra la barriga del gordito. Comenzó a subir y bajar y pareciera que el rebote en la panza del gordito le ayudaba a hacerlo más fácilmente. Sus quejidos de placer sonaban en forma alternada, haciendo eco en el amplio recinto. En esa posición duraron bastante tiempo, evidentemente era más cómodo para el gordito. Luego el morenazo se giró y siguió subiendo y bajando sobre la verga de su amante, pero ahora mirándole a los ojos y bajando de vez en cuando a darle un apasionado beso en los labios.
Los quejidos de placer delataron el orgasmo del gordito, el morenazo aceleró sus movimientos de cadera para hacerle gozar aún más. Luego se levantó un poco liberando la verga y dejando que escurriera el semen fuera de su culo, fue entonces cuando reparé que no usaban condón. Con el gordito aún de espaldas, el morenazo le levantó las piernas y con el mismo semen que había salido de su culo empezó a lubricar el ano del gordito, luego acomodó las piernas de su amante sobre sus hombros y de un viaje le introdujo su oscuro pene hasta el fondo. El gordito lanzó un largo gemido, pero el morenazo siguió implacable con una vigorosa penetración. Sus arremetidas eran tan fuertes que se empezaron a desplazar por el piso hasta llegar a la pared, donde el gordito apoyó sus manos para no darse cabezazos. En esa posición el cuerpo del morenazo lucía toda su belleza, sus brazos soportaban gran parte del peso de su cuerpo mostrando musculosos biceps, su torso de perfil se notaba firme y trabajado, sus glúteos redondos se apretaban en cada embestida, sus piernas estiradas completaban el cuadro. Se mantuvieron así largos minutos, hasta que el morenazo sacó su verga del culo,  se sentó sobre el pecho del gordito y se la metió de inmediato en la boca. Sentí un poco de asco y mucho morbo, el gordito chupaba con desesperación, logrando que el morenazo alcanzara un estrepitoso orgasmo. Creo que el gordito se tragó toda la leche del morenazo pues chupó hasta que el pene de su amante volvió a su estado de flacidez. El morenazo ayudó al gordito a ponerse de pié, se abrazaron, se besaron, pareció decirle algo al oído y al instante se voltearon hacia mí y dijeron juntos “¿qué tal estuvo?
Yo me espanté: ¡ellos sabían que yo estaba mirando!

Me giré y fui corriendo hasta los ascensores, otra vez usando mi polerón para ocultar mi erección. Ya era mediodía y debía volver a saber noticias sobre Juan Carlos.

Continuará…

lunes, 26 de marzo de 2012

En la Clínica, Parte 2


Segunda parte

Cerca de una hora estuve conversando con los padres de Juan Carlos. La idea era distraerlos, relajarlos. Les hice reír recordándoles las travesuras que hacíamos de chicos …y de no tan chicos también… Pero las sonrisas desaparecían rápidamente y la amargura se instalaba nuevamente en sus demacrados rostros. Los doctores habían informado que su hijo estaba en coma inducido para ir observando su evolución. Llegaron otros familiares a hacerles compañía, así que me retiré y me puse a vagar por la clínica nuevamente.

Entré a un ascensor cualquiera y marqué un piso al azar. El ascensor se detuvo un par de veces en que subió y bajó gente. Cuando quedé solo en la cabina me miré al espejo y me recriminé por haber hecho lo que hice con el joven de la ecografía …yo no soy así, no sé qué me pasó… La puerta se abrió nuevamente y alguien subió.
-”Sr. Bunster, ¡qué bueno que lo encuentro!” dijo severamente una voz a mi espalda. Me giré con sorpresa y quedé helado: era el Dr. Mora que aún creía que yo era hermano del joven de la ecografía.
-”Los exámenes realizados a su hermano arrojaron un resultado preocupante. Dado que la afección es de origen genético, hay altas probabilidades que usted padezca lo mismo. Debo examinarlo de inmediato para descartar la probabilidad. Acompáñeme a mi consulta.”
Su voz era tan autoritaria que obedecí mecánicamente. Estaba en un lío y no sabía como librarme de él. No podía confesarle que me había hecho pasar por otras personas, lo mínimo es que se me acusara de suplantación de identidad o incluso de acoso sexual.  Supuse que lo mejor sería dejar que me examinara, después de todo, como no era realmente hermano del joven, no me iba a encontrar la misma enfermedad y me iba a poder ir tranquilo.

Entramos a la consulta y sin mirarme dijo que me quitara los pantalones y me tendiera en la camilla. Yo obedecí en silencio y al momento de tenderme recordé que al salir apurado en la madrugada no me había duchado, es más, llevaba la misma ropa interior que había usado todo el día de ayer y con la cual había dormido por la noche. El doctor se paró junto a la camilla, desde mi posición me parecía mucho más alto de lo que era. Sus grandes manos parecían de carpintero más que de doctor. Sus dedos eran gruesos y curiosamente se engrosaban más en la punta: -”que raro, son dedos cabezones”, pensé. Una argolla se destacaba en su dedo anular izquierdo y sobre el escritorio una foto de él con una mujer y 5 niños delataban que era casado. Calculé que tendría unos 45 años, pero se mantenía en buena forma, su tez morena hacía resaltar las canas que poblaban sus patillas. Sus cejas gruesas le daban una apariencia severa, como de profesor cascarrabias al que era mejor obedecer sin chistar. Llevaba la bata abierta por lo que podía adivinar un abdomen plano bajo su camisa y un abultado paquete de buen tamaño se destacaba en el pantalón.
-”Descubra sus testículos”, dijo secamente.
Me bajé los boxer hasta la mitad de los muslos. El doctor se acercó y miró atentamente mi entrepierna con el ceño fruncido y expresión severa. Se acercó un poco más como para mirar mejor y luego un poco más, tanto que daba la impresión que estaba oliendo más que mirando. Yo estaba tan nervioso que mi pene se redujo a su mínima expresión lo cual me llenó de vergüenza, pero mi humillación fue mayor cuando el doctor acercó una lámpara con lente de aumento para seguir mirando.
-”Acuéstese de lado y doble bien las piernas”, me dijo, -”debo hacer un tacto.”
Eso no me lo esperaba pero obedecí en silencio mientras recordaba esos gruesos dedos cabezones y los imaginé abriéndose paso por mi culo, la sola idea me hizo apretar todos mis esfínteres.
-”¡Relájese!”, dijo y sentí el frío del gel lubricante siendo aplicado entre mis nalgas. Acostado de lado mirando hacia la pared, sólo podía adivinar lo que el doctor estaba haciendo. Sentí su mano izquierda posarse sobre mi glúteo y levantarlo como para separar mis nalgas. Un dedo se posó en mi ano y presionó para entrar. Traté de relajar mi culo pero igual hubo un poco de dolor. Sentí su dedo avanzar decididamente por mi recto hasta que la punta alcanzó mi próstata, haciéndome sentir un gustito ya conocido. Por fuera, sus dedos empuñados presionaban mi glúteo, por dentro la punta de su índice hacía movimientos circulares recorriendo distintas partes de mi próstata.
Cuando pensé que el examen estaba por terminar, el doctor dijo: -”Debo hacerle unas preguntas que debe responder con total sinceridad.” Yo asentí con la cabeza.
-”¿Cómo es su desempeño sexual?” preguntó sin sacar su dedo de mi culo.
-”ehh… ¿normal?” respondí dubitativo.
-”¿Cuándo fue su última actividad sexual?”
-”uf… a ver, hace como dos meses” admití con pena.
-”¿A qué edad inició su vida sexual?”
En ese instante comprendí que eran las mismas preguntas que yo le había hecho al joven de la ecografía. Me incorporé y miré al doctor. ¡No había guantes en sus manos! Me miró con una sonrisa maliciosa y con voz irónica dijo -”¿un poco de su propia medicina, señor quien-quiera-que-sea?” al tiempo que un segundo dedo se introdujo en mi culo. ¡El doctor lo sabía todo! Me quedé helado, no sabía qué hacer, me sentí violado, pero de alguna forma, supe que merecía ser castigado. No podía denunciar al doctor porque él me denunciaría a mí, estaba perdido, no quedaba más que someterme a su voluntad.
-”Vuelva a mirar hacia la pared”, me ordenó y obedecí sumisamente.
Sus dos dedos comenzaron a entrar y salir rítmicamente de mi culo, salían por completo y volvían a entrar hasta el fondo, forzando mi esfínter a dilatarse y contraerse lo que me provocaba un rico dolorcito que me empezaba a gustar. Luego introdujo dos dedos que comenzó a sacar en forma alternada, comprendí que era un dedo de cada mano. Esta vez, los retiraba sólo hasta la mitad lo que provocaba un rápido golpeteo sobre mi próstata que me daba mucho placer. Mi verga comenzó a empalmarse multiplicando varias veces su tamaño. Quise tomarla con mi mano y masturbarme pero el doctor hizo un movimiento con sus dedos que me produjo un intenso dolor.-”¡Prohibido tocarse!” gruñó. Retiré mi mano al instante, el doctor movió sus dedos y el dolor desapareció.
Continuó estimulando mi próstata con dos dedos, luego introdujo un tercero y más tarde un cuarto. Cada vez que lo hacía sentía el exquisito dolor de la dilatación forzada. Con los 4 dedos introducidos hasta el fondo, comenzó a doblarlos en pares y en sentidos opuestos, separando las paredes de mi recto, dilatándolo por dentro. La sensación era dolorosamente placentera y el recuerdo de esos dedos cabezones me hacía gozar aún más. Luego comenzó a rotar sus dedos doblados, recorriendo todo el perímetro de mi culo. Repitió esta operación más de un par de veces, yo sufría y gozaba con los ojos cerrados. De pronto retiró sus dedos, mi ano comenzó a contraerse y antes que se cerrara, un elemento liso y duro me comenzó a penetrar. Me asusté, traté de imaginar qué tipo de instrumento médico me estaba introduciendo y cuáles serían las consecuencias. El objeto era relativamente delgado, pero muy largo, lo sentí rozar mi próstata y seguir entrado aún más. Yo estaba expectante y tenso, finalmente dejó de entrar y al instante comenzó a vibrar. La sensación era indescriptible, desde mi ano y recto se irradiaba por mis órganos, todo mi cuerpo era estimulado por esa vibración, mis testículos se sacudían, mi verga saltaba, mi respiración se entrecortaba, mi mente se perdía en una nebulosa de placer. No sé cuánto duró esto, pudieron ser segundos u horas, perdí la noción del tiempo. El instrumento se detuvo, pero mi cuerpo siguió vibrando. Sin darme tiempo a recuperarme, un segundo instrumento se introdujo en mi culo sin dificultad. Era mas corto, pero mucho más grueso, su forma era más bien ovalada, por lo que mi ano se dilataba más en un sentido que en el otro. El objeto comenzó a girar lentamente alisando las paredes de mi recto, no tengo palabras para describir la sensación. Traté de imaginar qué clase de mente perversa (o bendita) era capaz de crear tales instrumentos, y qué hacen éstos en la consulta de un doctor. El objeto giraba lenta pero implacablemente, el placer era continuo, mi culo estaba cada vez más sensible, mi verga erecta a más no poder, mis huevos hinchados no dejaban de producir más y más semen.
Sin dejar de girar, el objeto fue retirado de mi culo. El doctor me tomó firme y acomodó mi cadera más al borde de la camilla, luego separó mis nalgas y sentí un nuevo objeto apoyarse en mi ano, comenzó a entrar lentamente y por su temperatura caliente supe de inmediato que era una verga. Mi culo estaba tan sensible por la estimulación previa que fui capaz de sentir el glande liso abriéndose paso por mi ano hasta su corona, sentí su frenillo rozando mi recto, sentí las arrugas del prepucio recogido, sentí las venas gruesas a lo largo de todo el tronco, incluso sentí el palpitar con que la sangre era bombeada dentro de ese voluminoso miembro. La penetración se me hizo eterna, parecía que nunca llegaría a entrar completa, su glande rozó mi próstata y siguió aún más adentro. Finalmente sentí su vello púbico y sus huevos apoyarse y presionar mis nalgas. No podía creer que el doctor siendo tan menudo pudiera tener un pico tan grande, pensé que tal vez otro hombre había entrado a la consulta, pero lo descarté. El doctor comenzó con un lento movimiento de mete y saca, retiraba más de la mitad y volvía a penetrar con fuerza. En cada embestida, su glande presionaba mi próstata y mi recto reconocía cada detalle de la textura de ese maravilloso pene. El movimiento no era constante, se iba acelerando y luego se hacía más lento. Me tenía loco, yo casi rogaba porque me penetrara con violencia pero el doctor se tomaba su tiempo. Cada vez me parecía que su verga estaba más y más caliente, ese calor llenaba mis intestinos y comenzó a irradiarse por mi vientre y pecho, lo sentí subir por mi cuello e inundar mi rostro, comencé a sudar profusamente, mi respiración se agitó y empecé a jadear. El calor también bajó a mis muslos, a mis huevos y a mi propio pene que ya estaba caliente, aumentando su temperatura aún más.
El doctor era imparable, su verga entraba y salía una y otra vez, mi culo pedía más y más. Cambió el ritmo y empezó a penetrar cada vez más rápido, se movía en forma frenética, sus jadeos y los míos se sincronizaron en una armonía perfecta. El roce de su verga en mi culo generaba cada vez más calor y la sensación de placer era increíble. Cuando parecía que ya no podía ir más rápido, volvía a acelerar. Casi al unísono nuestros jadeos se transformaron en quejidos de placer. Estaba en éxtasis, no pude aguantar más las ganas de agarrarme la verga y apenas lo intenté, el doctor sacó la suya de mi culo, escuché el chasquido de cuando se retira un condón al tiempo que un dedo cabezón se metió por mi ano y presionó fuerte mi próstata. Al instante dos abundantes chorros de semen saltaron en paralelo y chocaron contra la pared. La leche de estos dos machos brotaba a borbotones de nuestras respectivas vergas al tiempo que lanzábamos profundos bramidos de placer. Nuestros cuerpos vibraban, músculos se tensaban, nuestras mentes se perdían en la profundidad de un orgasmo monumental.
Mi verga seguía lanzando chorros de semen ahora sobre la camilla, mientras que los del doctor caían sobre mi cadera y escurrían por delante hasta empapar mi vello púbico y por detrás hasta desparramarse entre mis nalgas. El doctor siguió un rato frotando su pene sobre mi cadera y muslo, estrujándolo, entregando hasta la última gota. Luego se retiró, me incorporé y le ví de espaldas lavándose sus partes en un lavamanos junto a la puerta. Cuando se volteó ya se había cerrado el pantalón, así que nunca llegué a ver su verga. Recogió el condón y lo botó, luego me pasó toallas de papel y se dirigió a su escritorio. Había tanto semen que no sabía por dónde empezar a secarme.
-”En el sexto piso, al fondo del ala norte hay unas duchas que puedes usar. Están a medio terminar, pero habilitadas, casi nadie las usa” me dijo.
Me sequé a la rápida y me vestí, no quería que me viera desnudo por más tiempo. Me pasó una muestra médica y me dijo -”ponte esta pomadita si te molesta el culo.”
Se la recibí y detuve mi mirada en su foto familiar, ¿cómo era posible que un hombre de familia, supuestamente heterosexual y felizmente casado me hubiese penetrado y dado tanto placer y con tanto morbo? El doctor pareció adivinar mis pensamientos y me dijo -”Te sorprenderías de la cantidad de hombres casados que tienen sexo con otros hombres….”
Guardé la pomada, me giré y salí rápidamente en busca de esa ducha, realmente la necesitaba.

Continuará…

lunes, 23 de enero de 2012

En la Clínica, Parte 1


Este es mi primer relato, espero les guste.

La llamada poco antes de las 5 de la mañana me dejó helado: Juan Carlos, mi mejor amigo, estaba en la clínica luego de sufrir un accidente automovilístico. Mientras me vestía recordaba pasajes de nuestra infancia juntos: paseos en bicicleta, cumpleaños, excursiones por los cerros… recordé la cueva que encontramos y que fue nuestro refugio secreto donde fumamos nuestros primeros cigarros… y donde nos corrimos nuestras primeras pajas…

En el taxi camino a la clínica sentía el corazón apretado, una angustia similar a la que sentí por largos meses tras decirle que le amaba y que él respondiera que me quería como a un hermano. Fue sólo estando borracho que tuve el valor de besarle en los labios y confesarle mi amor, y a pesar del alcohol, él me apartó tiernamente diciendo “no te enamores de mí”

Entrando a urgencias vi a Claudia, su mujer. Corrió a mí y me abrazó. Con los años aprendí a tenerle cariño, pues era la persona que él amaba, pero por mucho tiempo sólo pude sentir desprecio por ella. Recuerdo cuando Juan Carlos me dijo: “necesito que la quieras, porque será mi mujer y tú mi padrino”. No pude negarme y meses después parado junto a ellos en el altar, juré en silencio hacerlo feliz ocultando mis sentimientos.

En la sala de espera el café de máquina se enfrió en mis manos, hace rato que había amanecido y no había novedades en el estado de Juan Carlos. Me levanté y empecé a vagar sin rumbo por la clínica. Perdido en mis recuerdos, de pronto me encontré en un recinto que no parecía ser público, en las paredes había casilleros con fichas médicas, batas blancas colgaban en otro mueble, puertas numeradas daban a este vestíbulo. Sin duda, yo no debería estar ahí. Me devolví por donde había llegado y salí junto a la sala de espera de los servicios de Imagenología. Me senté en un sofá y perdí mi vista en la cordillera que se veía tras del ventanal.

Aún era temprano y había poca gente. Una voz chillona me distrajo, era una mujer que hablaba exageradamente fuerte por su teléfono móvil. No podía evitar oír su conversación y estaba a punto de levantarme para alejarme de ella cuando le escucho decir …tu hermano se va a hacer una ecografía testicular…”. Giré mi cabeza y junto a ella vi a un joven que se mostraba visiblemente incómodo con la infidencia que acababa de cometer su madre. Era un muchacho atractivo, con pinta de universitario, de tez blanca y pelo rubio ondulado, alto y delgado. Su rostro de nariz y mandíbulas marcadas estaba poblado por una barba rubia de un par de días. A pesar de su tamaño y facciones, parecía ser un chico retraído y tímido. En ese instante, todos mis pensamientos se concentraron en ese joven y sus testículos: “¿Qué le pasará en sus coquitos? ¿Quiere que le haga nanai?” …“Debí haber sido doctor”, me dije, “tendría acceso a ver y examinar a este machito”. Traté de imaginarlo desnudo, con pelitos rubios coronando su pubis….

En eso el altavoz sonó fuerte: “Sr. Bunster, pase a sala 3″…. Sala 3 …recordé que al vestíbulo donde había estado recién daban varias puertas numeradas, incluida la número 3. El joven se levantó y una idea loca se me vino a la cabeza… no había tiempo para pensarlo dos veces, sólo actué. Me dirigí al vestíbulo, una enfermera iba cruzando las puertas que en grandes letras rojas decían SÓLO PERSONAL AUTORIZADO, no sé cómo no las vi antes. Esperé unos segundos y abrí la puerta, no había nadie. Me paré junto a la puerta 3 y escuché a la enfermera diciendo “el doctor Mora viene enseguida”. Me escondí en la entrada de la sala 4 y cuando la enfermera se fue, fui al casillero 3 y tomé la ficha médica. “Noel Bunster, 19 años” leí, “se ve mayor”, pensé. Salí al pasillo y esperé unos minutos, en eso se acerca un hombre moreno, en su bata una piocha con su nombre: Dr. Rodrigo Mora. “Doctor”, le dije, “mi hermano Noel tuvo que ir al baño urgente, ¿lo puede esperar unos 10 minutos?” El doctor miró algo molesto a la sala de espera y dijo “hay poca gente, que sean 20 minutos y así me tomo un café” y sin esperar respuesta, se giró y se fue. ¡Yo no podía creer que mi improvisado plan estuviera funcionando tan bien! Volví al vestíbulo, tomé una de las batas blancas y me la puse. Respiré profundo para armarme de valor y me metí a la sala 3.

En la penumbra distinguí al joven tendido sobre la camilla, los pantalones bajados hasta la rodilla y una toalla blanca cubriendo sus partes pudendas. Entré en silencio y antes que me viera encendí una lámpara de examen y la dirigí a su rostro y cuerpo, esperaba que se encandilara y no pudiera verme bien. “El Dr. Mora viene enseguida”, le dije, “yo debo hacerle un examen de rutina”. Antes que dijera algo, le retiré la toalla y dejé al descubierto toda su virilidad. La imagen me sobrecogió. Era el pene más largo que había visto en estado de reposo, circuncidado, de color rosado pálido, igual que su escroto, todo rodeado por un vello púbico dorado, tal como lo había imaginado. Sus muslos firmes sugerían la práctica de algún deporte, su vientre tonificado lo confirmaba.

-“Con su mano izquierda tome su pene y sosténgalo hacia un lado” dije autoritario. El joven obedeció en silencio. -“Debo hacerle unas preguntas que debe responder con total sinceridad.” agregué y él asintió con la cabeza.
-“¿Cómo es su desempeño sexual?”
 El joven pareció sorprendido y luego respondió con otra pregunta: -“¿Normal?”
 -“¿Cuándo fue su última actividad sexual?”
 -“ehhhh…. no sé…. hace tiempo… no… no me acuerdo bien… hace tiempo….”
 -“¿A qué edad inició su vida sexual?”
 -“….ehhh… yo… este…. lo que pasa… es que… yo… yo no he tenido novia… todavía…. no… no he tenido relaciones…”
El joven estaba visiblemente sonrojado cuando hizo esta confesión. Yo no podía creer que estuviera frente a un hombre virgen. Sin duda era un chico tímido de una familia muy conservadora, tal como lo fui yo….. me sentí identificado, pero seguí implacable con mi interrogatorio.
-“Le recuerdo que debe responder con sinceridad. ¿Ha sentido excitación sexual por personas de su mismo sexo?”
 -“No”, respondió con seguridad.
-“Qué pena”, pensé yo.-“¿Con qué frecuencia se masturba?”
El joven miró serio y elevando el tono de su voz dijo: -“¿Qué clase de preguntas son éstas?”
Yo mantuve la calma y respondí tajante: -“Sr. Bunster, sus testículos están siendo evaluados, y una forma de hacerlo es recopilando información acerca de sus hábitos eyaculatorios, después de todo, lo que sus testículos producen es semen, ¿no? Si prefiere, puedo llamar a la enfermera para que ella continúe con el cuestionario.”
El chico tímido apareció de nuevo y bajando la vista dijo -“no, está bien, siga por favor, disculpe…”
 -“Bien, ¿con qué frecuencia se masturba?”repetí.
-“eh…. bueno…. harto, osea… frecuee…. habitualmente…”
 -“¿A diario?”
 -“ehh… si..”
 -“¿Más de una vez al día?”
 -“ehh… si, casi siempre…. dos veces en la noche y una en la mañana…”
 -“¿Cuánto tiempo se masturba antes de eyacular?”
 -“ehh… bueno, la de la mañana la hago corta, pero en las de la noche me tomo mi tiempo, varios minutos… fácil media hora.”
 -“Recurre a fantasías sexuales para lograr la excitación y posterior eyaculación?”
 -“Si, todo el tiempo. Casi siempre me imagino teniendo sexo en lugares públicos: en el cine, en alguna plaza, en un auto….”
Mis preguntas y su última confesión estaban dando el resultado que yo buscaba, su pene estaba ganando volúmen, se venía una erección monumental.
-“¿Se ha masturbado en lugares públicos?”
 -“Si, en baños, en probadores de multitienda, en la piscina, en el transporte público… incluso una vez caminando por la calle…”
Mientras confesaba esto, en forma inconsciente, el joven había empezado a masajear levemente su pene, el cual pasaba de rosado pálido a oscuro a medida que ganaba en tamaño.
-“¿El volumen de su eyaculación es abundante?”
 -“Creo que sí…”
 -“Necesito medir el volumen de su eyaculación, necesito que se masturbe, aquí y ahora.” dije autoritario.
El joven se mostró nuevamente sorprendido, miró su pene y notó que estaba semi erecto, luego me miró visiblemente sonrojado y dubitativo. Antes que dijera algo, lo amenacé nuevamente con llamar a la enfermera.
El joven tragó saliva, tomó su pene con la mano derecha y comenzó tímidamente a frotarlo con un rítmico sube y baja. Su verga se fue poniendo cada vez más dura y oscura y cuando la erección fue total su color era de un rojo violáceo, muy lejos del tierno rosado original. Su grosor y tamaño también era mayor y alcanzaba fácil los 19cm, con una suave curva hacia arriba y hacia la derecha, las venas marcadas y gruesas parecían estar esculpidas en esa roca.
Poco a poco la timidez fue  desapareciendo y la respiración del joven se empezó a agitar, obligándolo a respirar por la boca, haciéndolo jadear. Con la voz entrecortada me dijo que necesitaba humedecerlo un poco. Yo asentí en silencio. El joven se llevó la mano izquierda a la boca y con la lengua se aplicó abundante saliva que llevó hasta su glande mezclándola con el líquido preseminal que empezaba a brotar. La mano derecha se encargó de distribuirla por todo el tronco. Repitió este paso un par de veces más dejando su verga brillante, húmeda y lubricada.
El joven se estimulaba cada vez con menos pudor y cuando finalmente cerró los ojos, se entregó en cuerpo y alma al placer de la masturbación. Sus piernas se estiraban y recogían levemente, su mano izquierda acariciaba su tonificado vientre, su lengua mojaba sus labios, sus caderas se movían de lado a lado. Su mano derecha subía y bajaba implacable recorriendo cada centímetro de esa preciosa verga, combinando fuerza y delicadeza, masajeando y apretando.
Yo estaba extasiado, nunca había visto a un hombre masturbarse con tanto placer, mi verga luchaba por ganar espacio en mi pantalón, pero yo apretaba mis puños y dientes para no intervenir en aquel hermoso espectáculo.
El joven seguía entregado a su lujuria, todo su cuerpo se movía rítmicamente al son de sus jadeos. Su mano derecha no dejaba ni un segundo de frotar todo el largo y grueso de ese tronco, de glande a pubis, mientras que su mano izquierda alternaba entre llevar más saliva a su verga, acariciar su vientre y masajear sus testículos. Se subió la polera mostrando un pecho poblado de rubio vello corporal y comenzó a pellizcar sus pezones con delicadeza. Sus piernas se recogieron y apoyado en sus talones levantó las caderas para hacer un movimiento de sube y baja, simulando penetrar a alguien sentado sobre él.
Gotas de sudor brillaban sobre su frente y nariz, sus jadeos eran ya era claramente quejidos de placer, su mano izquierda frotaba y apretaba con fuerza sus pectorales, luego bajaba a su escroto masajeando, estirando, apretando… se frotaba el muslo con la palma y luego se arañaba con las yemas de los dedos, repetía esta caricia en su glúteo, de vuelta en su vientre y volvía a su pecho, acariciaba su cuello, cara y oreja hasta llegar al pelo y jalaba esos rubios mechones con firmeza.
De pronto su cuerpo comenzó a temblar, el joven respiró hondo y contuvo la respiración, su cuerpo se tensó y por segundos que parecieron horas, se quedó inmóvil. Un profundo y largo quejido rompió el silencio, al tiempo que abundantes chorros de semen brotaban a borbotones de su verga y su cuerpo volvía a moverse con frenesí simulando una profunda penetración en el aire. Los primeros chorros de semen cayeron sobre el rostro del joven, su cuello, su pecho… el resto siguió saliendo en varios espasmos más, acumulándose sobre su vientre y ombligo… finalmente los últimos escurrían por su glande y tronco, siendo esparcidos por su mano derecha que ahora frotaba más lentamente, apretando, estrujando esa verga para que entregara hasta la última gota de ese preciado líquido. Por algunos minutos, el joven permaneció con los ojos cerrados, relajando su cuerpo, con una sonrisa en la cara, disfrutando del monumental orgasmo que acababa de protagonizar. Su mano seguía frotando su pene, que lentamente fue perdiendo dureza y color, su respiración comenzó a normalizarse.
Cuando finalmente abrió los ojos se miró el torso literalmente bañado en semen, luego me miró y sin dejar de sonreír dijo: -“va a ser difícil medir el volumen de esto…”
Sus palabras me sacaron del embobamiento en que estaba, cerré la boca, respiré y dije rápido: -“Es una estimación visual”. Busqué toallas de papel, le pasé para que se secara el rostro y cuello mientras yo me dediqué a secar el abundante semen que se acumulaba en su vientre y ombligo. El doctor llegaría en cualquier minuto, así que me apuré en salir diciéndole que lo esperara. El joven me preguntó por el resultado del examen que le había hecho a lo que sólo respondí -“Fue muy satisfactorio.”

En el vestíbulo colgué la bata, no encontré basurero por lo que metí las toallas con semen en mi bolsillo, luego me quité el polerón y lo amarré a mi cintura para ocultar la erección que marcaba mi pantalón. Salí al pasillo y me alejé rápidamente de ese sector.
Estaba en éxtasis, no podía creer lo bien que había resultado todo, recorrí pasillos y escalas recordando vívidamente cada escena del hermoso espectáculo que acababa de presenciar. Al dar vuelta una esquina me topé con los padres de Juan Carlos lo cual fue una bofetada que borró de golpe la sonrisa en mi cara. Un hielo recorrió mi espalda cuando recordé el porqué estaba en esa clínica.

Continuará…